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La compustura

sábado 25 de noviembre de 2006, 15:10h
Había que guardar las formas y recuperar la compostura y eso hicieron el viernes Gallardón y Aguirre o, lo que es lo mismo, el Alcalde y la Presidenta de Madrid. Pero estos líos, descalificaciones y zancadillas que se traen entre ellos no obedecen a sus cargos actuales sino a  su aspiración de heredar el liderazgo del Partido Popular. Ahí está el verdadero motivo de su tenaz rivalidad; a parte de que no se tragan.

   ¿Cómo pueden si no interpretarse las frases de "se cree Dios" o calificar su aspecto de "antiguo" y otras lindezas mas graves que Esperanza dedica a Alberto en su libro biográfico?  Al parecer, en el paseíllo que ambos hicieron por la nueva estación de metro de Madrid, rodeados de cámaras de televisión, la presidenta le pidió perdón, en privado eso sí.

   Sin duda había recibido algún mensaje desde la calle Génova  de que, en esta ocasión y con el librito de marras, se había pasado de la raya y mucho más a pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas cuando los dos se juegan la reelección. No es esa la imagen que el PP quiere dar, ya que los madrileños pueden llegar a cuestionarse si es práctico tener un Alcalde y una Presidenta que se tiran los trastos a la cabeza y que, en su guerra privada por sus otras aspiraciones políticas, no dudan en fastidiarse la gestión el uno al otro sobre las espaldas de los ciudadanos. Todo esto con una sonrisa que esta semana ya no dio más de sí.

   Porque la animadversión personal y política que sienten Aguirre por Gallardón y viceversa era un secreto a voces que ahora se ha hecho público porque la Presidenta ha querido. Ha sido ella la que le ha contado a la periodista todas las, a su juicio, maldades que el Alcalde le ha hecho desde antes de ser elegida y esto, en un momento tan inoportuno como la precampaña se debe, sin duda, a que quiere consolidar su liderazgo en el PP de Madrid antes de que las urnas puedan dar  alguna sorpresa. No en balde ella llegó al poder por la extraña fuga de dos diputados del PSOE y volver a conseguir la mayoría absoluta no es tarea fácil.

   Los fríos besos que intercambiaron ambos políticos en la estación de metro no han servido esta vez para desmentir sus profundísimas desavenencias, pero a un Gallardón, curtido en desplantes, le han servido para consolidar su imagen de hombre magnánimo que perdona 'oficialmente' la afrenta.

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