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Tolerando la corrupción

Tolerando la corrupción

lunes 14 de diciembre de 2009, 08:46h

En las últimas semanas, hemos tenido una verdadera avalancha de acontecimientos relacionados con la corrupción: un periodista colombiano encuentra al ex ministro de vivienda con grilletes en Miami, el presidente del poder judicial acusa a dos colegas de viajar pagados por Alas Peruanas, el ministro de justicia desactiva la procuraduría anti-corrrupción, una jueza destapa nuevos petroaudios que muestran nuevas bajezas, otra jueza rescata una acusación de malos manejos contra el vicepresidente de la república, el tribunal constitucional libera a uno de los generales de Montesinos, el presidente del congreso le otorga bonos especiales a sus allegados, un congresista aprista trafica con terrenos en COFOPRI. Son demasiados hechos en muy poco tiempo; una especie de huayco de corrupción, que nos recuerda a todos, por un lado, que no se puede tapar el sol con un dedo, y por otro lado, que la corrupción en este segundo gobierno de García, es mayor o igual a la que hubo en su primer gobierno.

Los buenos indicadores macroeconómicos de los últimos años, así como el prudente manejo fiscal y monetario, y los esfuerzos por atraer a la inversión extranjera, nos habían hecho olvidar una verdad histórica: el primer gobierno aprista estuvo plagado de casos y denuncias de corrupción. De hecho, al optar Alan García por la prescripción de las graves acusaciones que se le hicieron en su primer mandato, y no aclararlas en un juicio público, dejó, él mismo, un escenario abierto a todas las conjeturas. Por lo tanto, estos recientes destapes no son ninguna novedad. La novedad, en realidad, es la gran tolerancia frente a la corrupción que se ha ido extendiendo en nuestra sociedad. Son pocos los que se indignan frente a estos hechos. En los últimos años, la asociación Proética ha venido publicando encuestas que muestran este cambio de valores. ¿Qué ha pasado entre el primer y el segundo gobierno aprista? Pues nada menos que 10 años de fujimorismo.

Hoy día, sectores de la población aceptan, y hasta aplauden, a los funcionarios corruptos, con el argumento de “no importa que robe con tal de que haga obra”. Ejecutivos y profesionales muy calificados miran para el costado, arguyendo “yo me preocupo por mi trabajo y mis ingresos, todos estos hechos no son de mi responsabilidad”. Ciertos medios de comunicación ocultan estas noticias y denuncias diciendo “atentan contra la estabilidad democrática”, o “le hacen el juego al antisistema”. Algunos hombres de negocio se hacen de la vista gorda, y hasta se coluden con la corrupción, pensando que “mientras me dejen trabajar el resto no importa”.

Estos sectores de la población, generalmente de muy bajos ingresos, han estado sometidos a muchos años de pésima educación, cero cultura, televisión basura, y un Estado paternalista y asistencialista (no se olviden que Fujimori repartía personalmente los polos y los panetones). La conjunción de estas políticas es efectiva y da resultados, como lo demuestra el caso de Italia, donde el pueblo está feliz con un presidente acusado de cientos de escándalos. Muchos de los altos ejecutivos y profesionales son parte de la ideología yuppie que nos trajo los noventa, y sólo les interesa su bienestar personal y familiar; toda muestra de preocupación por la sociedad, el otro, es una debilidad ideológica, producto del arcaico socialismo de los setentas. Los medios de comunicación ya se habían acostumbrado a recibir un “tratamiento preferencial” por parte del gobierno de turno, y esperan que esto continúe. Los hombres de negocio condescendientes tienen la misma motivación de los financistas de Wall Street, la codicia, por la que las ganancias lo justifican todo, incluyendo prácticas fuera de la ley. Hay un argumento adicional, según el pensamiento único de los noventa, el Estado debe ser muy pequeño, casi desaparecer, por ello es irrelevante si es o no corrupto; no hace ninguna diferencia.

Todos ellos se equivocan, la corrupción no es buena compañera. Los padres y madres de familia, del pueblo, van a ver crecer a sus hijos y nietos en un país africano, en medio del caos y la violencia. Los yuppies del sector público van a ser reemplazados por corruptos, y los del sector privado despedidos, pues ya no se necesitará talento para que las empresas progresen. Los medios de comunicación recibirán sus consignas y sobres del narcotráfico. Las empresas no podrán competir con sus similares del mundo, fuertemente apoyadas por sus respectivos gobiernos eficientes y honestos.

¿Es un escenario demasiado pesimista? ¿Estaremos a tiempo para cambiarlo? Ustedes tienen la palabra.

 

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