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Cuba

Cuba

sábado 09 de enero de 2010, 16:32h

La querencia española hacia Cuba y los cubanos está más que justificada. Son lazos diversos, auténticos y antiguos los que no unen con la isla caribeña, último reducto de un régimen atrapado en si mismo, carente de toda inteligencia y desvergonzado con sus ciudadanos . La desvergüenza se aplica a los extranjeros bajo el criterio de la sospecha. Muestra reciente de ello ha sido la inaceptable actitud del régimen cubano con el eurodiputado socialista Luis Yañez. Ver y escuchar a un digno ciudadano español que lo que quería era un viaje privado, que no había llamado a nadie, que lo suyo era de descanso como si tuviera que dar explicaciones de cómo utiliza su derecho a la libre circulación no puede por menor que llenar de indignación. ¿Y si quería ir a visitar a sus amigos?. ¿Y si se hubiera tratado de un viaje para visitar una biblioteca concreta?. Resulta inaceptable desde cualquier punto de vista que Cuba se permita semejantes desmanes, máxime con un ciudadano español. Ahora ha sido Luis Yañez, pero antes fue Jorge Moragas y un diputado de CiU.

La reacción del Gobierno español ha sido la mínima. Pedir explicaciones al embajador. Cuatro palabras propias de la dialéctica diplomática y aquí paz y después gloria. Es obvio que la política de embargos o la de la hostilidad pura y dura no conducen a ningún sitio pero, a la vista está, que las buenas intenciones del Gobierno de Rodríguez Zapatero no han sido interpretadas y valoradas como debiera por el régimen cubano del que no cabe esperar nada más que su propia extinción. No se merecen los Castro que España haga esfuerzo alguno ante Europa para modificar la que viene siendo una relación conjunta marcada por la frialdad y la desconfianza.

El Gobierno, mucho más enfadado de lo que ha dado a entender, ha tomado nota y, afortunadamente, ha rectificado sus entusiasmos iniciales de manera que en los seis meses de presidencia española Cuba no se va a ser un asunto preferente. Ni el régimen de Castro se lo merece ni España se puede permitir el lujo de meterse en charcos en lo que, al final, iba a chapotear en solitario. Ni Alemania, ni Italia y ni mucho menos Francia están dispuestos a perder un segundo en mecer la cuna de una dictadura refractaria a cualquier gesto de buena voluntad.

La expulsión de Luis Yañez ha sido una de las circunstancias que ha marcado el estreno de la presidencia de turno española, recibida en buena parte de la prensa extranjera con comentarios que no hacen fáciles los inicios de estos seis meses en los que lo ideal sería combinar el entusiasmo sin caer en la ampulosidad. Renunciar a plantar cara por Cuba ha sido una decisión acertada por realista. Rebajar algunos objetivos, utilizar con cuidado algunos adjetivos y medir bien el terreno pueden ser pequeñas normas que ayuden al éxito. Hay que tener cuidado con los entusiasmo porque suele ocurrir que entre lo sublime y lo ridículo la raya puede ser tan fina que se caiga en el ridículo creyéndose sublime. Con Cuba, afortunadamente, el Gobierno acierta sorteando el ridículo.

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