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Honra, honra

Honra, honra

jueves 18 de marzo de 2010, 12:19h

   En mayo de 1983 me encontraba en Panamá. Coordinaba un viaje con tres escalas del Lehendakari Garaikoetxea. Panamá, Caracas, Bogotá. Eran tiempos en los que todavía no se había conformado una estructura de gobierno para dedicarla a la Acción Exterior y me tocó, desde mi representación en el Parlamento Vasco dar aquellos primeros pasos. Estando pues en esa ciudad con el Nuncio Laboa, que nos echó una mano para la organización de la estancia panameña recibí una llamada hecha desde Caracas que me preguntaba: "El gobernador del Distrito Federal le va a hacer entrega al Lehendakari de la Orden de Diego de Losada ¿cuál va a ser la condecoración que el Lehendakari le va a imponer al Gobernador?”. Tragué saliva y le contesté: "En tres horas le contesto”.

   Con las mismas llamé al Lehendakari Garaikoetxea. "Que yo sepa el Gobierno Vasco no tiene ningún reconocimiento de este tipo. Déjame que hable con Labayen que de éstas cosas sabe mucho y te contesto”.

   Al poco me llamaron y dijeron: "Vamos a crear la distinción del "Árbol de Gernika". Será de esmalte rojo rebordeada de plata. Llevará en su centro el Árbol de Gernika esmaltado en color verde y en plata la inscripción BETI ZUTIK. Cuando se la otorguemos a ciudadanos vascos la cinta será tricolor y en otros la cinta será verde. El Consejero Caño va a redactar al decreto para que lo aprobemos en el Consejo del dos de mayo".

   Así nació esta condecoración. Al primero que se le otorgó fue al gobernador de Caracas, Miguel Ángel Hernández Ocanto.

   De todo esto me acordaba el sábado 6 de marzo en Ajuria Enea y en Lehendakaritza. Nos habían convocado para hacer entrega a la familia Aguirre de dicha Orden al primer Lehendakari de los vascos con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento en el exilio de París. Su familia había querido hacer extensivo éste homenaje a todos los miembros de aquel primer gobierno vasco y allí estuve yo como consorte. Mi mujer es la nieta de Santiago Aznar, el primer consejero de Industria de aquel ejecutivo. Santiago Aznar fue aquel político que siendo socialista propuso, ante el problema que tenía en los barcos, la ikurriña como bandera oficial del gobierno. Había sido concejal del ayuntamiento de Bilbao y la personalidad de Aguirre le ganó a su causa.

   Participamos pues en un acto necesario, entrañable, medido, bien hecho y bien dicho. Un año después del pacto PSE-PP, volvíamos todos a Ajuria Enea y a Lehendakaritza para recordar aquellos once hombres que Patxi López describió, como los "padres fundadores". Y acertó. El estatuto se había aprobado el 1 de octubre de 1936, el 7 había sido elegido Aguirre en Gernika y tras su elección había formado un gobierno de concentración con cuatro nacionalistas, tres socialistas, dos republicanos, un comunista y un consejero de la verdadera ANV. Y no sólo eso. Habían sido capaces de aprobar un programa de gobierno y empezar a trabajar inmediatamente.

   Este acto se inscribía en una buena colaboración entre la fundación Sabino Arana, el Gobierno Vasco, el ayuntamiento de Donibane Lohitzun, Bilbao y Getxo, el Athletic, la Universidad y toda aquella institución que hubiera tenido algo que ver en la vida de aquel hombre dinámico y optimista que había sido diputado en Madrid y a los 32 años le cayó semejante responsabilidad. Sacar de la nada una administración, montar un embrionario ejército y, sobre todo, defender a su pueblo en una guerra de la que eran sus víctimas.

   El Lehendakari López estuvo en su punto. No era fácil. Tenía delante a Garaikoetxea e Ibarretxe y a mucha gente a la que ésta ceremonia le tocaba el corazón. Una palabra de más, y casi todo se hubiera estropeado. Pues no. Lo hizo muy bien. Lo reconozco. Tuvo además un buen recuerdo para el Lehendakari Ardanza. Fue un discurso emotivo e inteligente. Parecía una intervención de cuando estábamos el PNV y el PSE en el Gobierno Vasco en el exilio.

   La entonación del "Gora ta Gora" por la ertzantza, himno oficial aprobado por aquel gobierno y hoy himno oficial por ley, un documental con visiones de aquel ejecutivo y un largo aplauso cerraron un acto necesario y que, por primera vez, convirtió en un año la política vasca en un oasis. Valió la pena. Las viejas democracias honran sus hitos para que no se olviden y sirvan de lección a las nuevas generaciones.

   Juan M. Atutxa recordó al periodista del Times de Londres, George Steer. Al finalizar su libro “El Árbol de Gernika”, tras su estancia en Bilbao como corresponsal de guerra escribió:

   "Está orgulloso también del año en que se gobernó a sí mismo. De cómo fue capaz de mantener el orden y la verdadera paz de la Iglesia, dio libertad a todas las conciencias, alimentó a los pobres, curó a los enfermos, dirigió todos los servicios de un Gobierno sin que se produjera una sola querella entre el ejecutivo y el pueblo, ni entre los divergentes teóricos del ejecutivo. En toda España fue el único que demostró estar preparado para gobernar. Mientras otros asesinaban y masacraban, aterrorizaban a las clases trabajadoras y vendían su patria al enemigo, el vasco unió a su pequeña nación con los recios lazos de la solidaridad humana, tan fuertes como los costados de acero de sus pesqueros. El suyo fue un verdadero frente del pueblo, sin ningún motivo siniestro para formarlo. Sus raíces eran muy profundas y su linaje muy antiguo, pero sus hojas están llenas de verdor y de virtud y se renuevan cada año. Acumulan savia perenne y salud, que emanan de una sociedad igualitaria y permanecen inconmovibles bajo el fuego y las explosiones, para proporcionar sombra a los futuros legisladores que elegirá el pueblo. Su símbolo y su historia es el Árbol de Gernika".

   Bueno pues honrar honra. De vez en cuando los vascos sabemos hacer las cosas bien. Aquellos lo hicieron. Y el sábado 6 por la mañana lo demostramos. Ojalá hubiera más jornadas de remar juntos. No estaría mal. Mejor le iría al país.

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