La destitución del director general de la Agencia Tributaria,
Luis Pedroche, en plena campaña de la declaración de la renta, ha puesto una vez más en evidencia lo que algunos llaman sin disimulo ‘el mal carácter de
Elena Salgado’. Lo cierto es que la vicepresidenta segunda, que tiene que lidiar con el toro más difícil de la Administración, ha mantenido o mantiene enfrentamientos con los secretarios de Estado bajo su mando, los señores
Campa y
Ocaña, con la ‘otra vice’,
María Teresa Fernández de la Vega, y con algún otro miembro del Consejo de Ministros. Cierto que la señora Salgado tiene ante sí un difícil papel, la drástica reducción del gasto público, que requiere energía y pocas contemplaciones. Pero también parece cierto que está pisando muchos callos, sobre todo de sus colaboradores: ya se fue
David Vegara, poco después del nombramiento de la señora Salgado, hace poco más de un año, y diferentes fuentes aseguran que tanto Campa como Ocaña meditan su salida una vez que finalice el semestre presidencial español de la UE, que tiene a toda la Administración “de cabeza”.
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