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Que ‘L’Osservatore Romano’ ataque tan duramente como ahora lo ha hecho con Saramago a un autor recién fallecido no es cosa corriente. Un ataque frontal, colocando al Nobel portugués en la línea de uno de los principales enemigos de la Iglesia católica. Saramago era algo más que un escritor descreído y pensamos que a su muerte merece al menos un respeto literario, sin que quepa, desde luego, negar a cualquier periódico o periodista su derecho a la crítica. Que al Vaticano no le guste la línea ideológica de Saramago puede parecer natural; pero acaso debería, por estética, haber aguardado un poco a que concluyan unos funerales que, por cierto, son de Estado en Lisboa, con asistencia del primer ministro portugués y de dignatarios de otros países, entre ellos la vicepresidenta española María Teresa Fernández de la Vega.