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La carta de los enchufes

La carta de los enchufes

miércoles 21 de julio de 2010, 21:39h
Mucho se habla de la carta –ya abierta—que el periodista madrileño Antonio Naranjo envió al director de El País, denunciando a uno de los periodistas más emblemáticos del periódico, Javier Valenzuela. Reproducimos aquí el contenido de la carta, como reproduciremos, en su caso, la respuesta de Valenzuela a las acusaciones lanzadas por Naranjo.

Este es el texto de la carta:

                                                         
Yo acuso: Manuel Marín y Javier Valenzuela

Sirvan estas líneas, que espero tengan a bien publicar, para denunciar a uno de los periodistas de El País, Javier Valenzuela, que se sirve de su cargo y por tanto de un periódico respetable que usa como si fuera una propiedad personal, para conseguir sistemáticamente puestos de trabajo para su esposa.

Que además lo haga en connivencia con políticos tan conocidos como el ex presidente del Congreso, Manuel Marín; en organismos públicos financiados por el mismo ciudadano que quizá esté en el paro y aprovechándose de una injusticia y de un ataque a otro medio de comunicación; es sencillamente repugnante y digno de ser conocido.

Allá donde este señor, que ha hecho de su presunta defensa de valores tan nobles como la igualdad y el progreso una forma de vida rentable, ha tenido responsabilidades periodísticas y políticas, su pareja ha encontrado un puesto de trabajo: en los medios del grupo Prisa; en la Casa de América donde estuvo su amigo Miguel Barroso; en el Congreso de los Diputados de Manuel Marín y ahora en la Universidad de Alcalá, pese a tener una vocación tardía y poca o nula experiencia previa.

Lo ocurrido en este último destino me ha llevado a indagar y a conocer la secuencia antes descrita: el despido de mi mujer, no por su rendimiento ni por un cambio global en el equipo del nuevo rector que no prescindió de nadie más, sino por la línea crítica de mi periódico; y su sustitución por la de Valenzuela me ha permitido descubrir la deleznable confusión entre intereses personales, responsabilidades institucionales y deontológicas y, por último, nepotismo y clientelismo en su versión más vergonzosa.

Por hacer yo mi trabajo como periodista; mi pareja ha perdido el suyo, ganado con esfuerzo y profesionalidad. Por no hacer el suyo, Valenzuela ha logrado uno que no merecía a su mujer: la aparición del nuevo rector, Fernando Galván, en las páginas de El País en formatos como encuentros digitales o ‘Cuartas Páginas’ sugiere un uso espurio del cargo para premiar el favor personal. La eliminación de todo rastro informativo de las múltiples dudas urbanísticas y económicas que mi periódico ha venido contando sobre la gestión de Virgilio Zapatero y Fernando Galván, simplemente consolida esa sospecha y hace aún más grave el uso personal de un periódico tan insigne.

Esto no es un asunto personal, por mucho que me indigne constatar el precio que pagan terceros por ejercer con dignidad el periodismo y el beneficio que obtiene otros por no hacerlo; sino un ataque a la libertad de expresión y, a renglón seguido una demostración de libro de algunos de los males que asolan al país y tal vez expliquen en parte su crisis: si Valenzuela se sirve de su trabajo para obtener prebendas para su familia, socavando las esencias de la profesión periodística por un plato de lentejas; Manuel Marín le sirve de percutor desde su puesto en la Universidad de Alcalá, en un extraño centro de alta política creado ad hoc para él por el ex rector, ex ministro y ex vicepresidente de Cajamadrid, Virgilio Zapatero.

Estas élites que, sin arriesgar nunca su propio dinero y patrimonio, manejan el de todos a su capricho, crean y utilizan instituciones y organismos duplicados para tener sus propios beneficios, sin entender el precio contable y moral que pagamos todos por su despilfarro moral y deontológico.

La única defensa es contarlo, aunque alguno pueda pensar legítimamente que esto es una pataleta personal. Que se sepa, y que se indague e investigue cuántos familiares de Marín (el hombre que iba de Al Gore y acumula despachos, uno de ellos en una empresa que quiere subir la luz a los obreros en plena crisis), Valenzuela (el periodista que tanto presume de buscar la igualdad y perpetra o se aprovecha de una persecución machista a una mujer), Virgilio Zapatero (el militante que vale para un ministerio, una Universidad o un banco, todo a la vez siempre y cuando sus amigos queden bien parados), Fernando Galván (el rector que transige con todo por un artículo y su promoción personal mientras silencia las polémicas urbanísticas y económicas de una Universidad en crisis) y tantos otros como ellos trabajan en el Defensor del Pueblo, en universidades públicas y organismos de toda laya -¿A cuántas latinoaméricas hay que ayudar viendo la pléyade de entidades que se dedican a lo mismo y están plagadas de nombres célebres?-   mientras 4,5 millones de personas aspiran a lograr un simple trabajo con el que llegar a final de mes.

Si, yo acuso, y aunque todo esto comience con una injusticia hacia una inocente y con una persecución a un periódico pequeño geográficamente pero enorme en lo profesional, casi me alegro de que haya servido para que, como periodista con la tribuna de la que tantos otros carecen, pueda contarlo y siga investigándolo. Pediría al resto de los medios que hagan lo mismo: lejos de ser una anécdota económica, este tipo de comportamientos retrata a un país capaz de congelar las pensiones a los jubilados mientras quienes deciden algo así no carecen de nada y comen cada día en restaurantes a la carta.

 

Antonio R. Naranjo
Director Editorial del Grupo Prensa Universal
Director de Diario de Alcalá
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