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¿Tenemos futuro?

¿Tenemos futuro?

miércoles 28 de julio de 2010, 21:20h

Recuerdo mis primeros años de director técnico (olvidé decir que soy veterinario) de una emprendedora fábrica de piensos, allá por los años sesenta del siglo pasado, cerca de Granollers. El jueves era día de mercado en dicha población. De 8 a 12 de la mañana la vida de la gente del campo se centraba en la Fonda Europa, felizmente hoy aún en plena actividad. En una mesa se sentaban un ganadero y un tratante de ganado. Hacían el trato de compraventa del ganado (que incluía el pago del desayuno con tenedor).

 Cerrado el mismo el tratante se levantaba un momento y se dirigía a la vecina oficina de la Caixa para sacar de su cuenta el importe de la transacción. Volvía con los billetes, en no pocas ocasiones envueltos en La Vanguardia (que creo recordar mantenía aun el apellido de española). El ganadero los contaba. Después se levantaba y se dirigía  a la misma oficina bancaria y los ingresaba en su cuenta. Luego disfrutaban del desayuno. Todo al contado. No se conocían les letras de cambio. Un apretón de manos era símbolo de seguridad.

La vida no era fácil pero era segura. No es necesario indicar que aquello, hoy curioso, no tenía futuro. Es evidente que después la renta per cápita aumentó notablemente, el dinero circuló abundantemente, muchas antiguas masías del Vallés se convirtieron en chalets con muchas e impensables comodidades. El pienso se pagaba al final del cebo de los animales. A veces el ganado no era propiedad del ganadero pues estaba “integrado” por una empresa capitalista. Los beneficios se convertían en no pocas ocasiones en ladrillos. Pero el PIB iba aumentando y la producción ganadera también. Pero era muy difícil avanzar sin endeudarse,   después empezaron a llegar carnes, huevos y leche procedentes de otros países, más baratos y, dando un  salto en el tiempo llegamos a la globalización y a la crisis.  

Aquellos años sesenta y siguientes son irrepetibles. Hoy no es posible endeudarse más como particulares, los gobiernos sí ya que parece que no tienen límite. Debemos hasta la camisa como decía mi abuelo. ¿Qué haremos? Los políticos insisten en la inversión en  las nuevas tecnologías, en las empresas innovadoras,  pero ¿dónde está el dinero para invertir en ello? Y ¿cómo se traducen a realidades  concretas esto de nuevas tecnologías e innovación? ¿Y qué beneficios darán?  ¿Y cuándo? ¿Y cómo se comercializa todo esto?  ¿Y a cuántos lugares de trabajo pueden dar lugar?  Y ¿cómo se invierte si las empresas carecen de créditos y están planteando una severa reducción de gastos? ¿Sirve de algo apoyar con cifras millonarias a grandes empresas?  

No dudo de que sea positivo, pero he pasado toda mi vida laboral con el contacto diario con las pequeñas y medianas empresas catalanas,  españolas  y bastantes europeas. En ellas se generaba riqueza, lugares de trabajo, avances tecnológicos. Eran un enorme tejido productivo en todos los sectores. Eran una enorme fuente de trabajo en la que los contratos eran indefinidos. En escasas ocasiones se producían conflictos laborales.  Sin duda alguna son  (o quizás habrá que decir, eran) las que verdaderamente pueden salvar a Catalunya, a España y a Europa de la crisis actual, las que pueden originar beneficios y ocupación. ¿Pero alguien se preocupa de ellas? ¿Alguien se preocupa, además, de frenar el torrente de normativas de todo tipo que emanan de Bruselas, muchas innecesarias, burocratizadas, siempre caras, sujetas a tasas y a sanciones onerosas y apoyadas por grandes presiones de los que precisamente ven con buenos ojos y mejores beneficios la desaparición de las pymes? Muchas de estas “pymes” han tenido que desaparecer por una falta de créditos ridículos ante las ayudas recibidas por los bancos, macro- empresas y gobiernos, unos para mantener beneficios a ultranza y otros  para mantener los votos ante unas próximas elecciones. ¿Alguien siente vergüenza? Sería lo mínimo exigible.

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