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Crónicas estivales (IV): Las fiestas

Crónicas estivales (IV): Las fiestas

lunes 09 de agosto de 2010, 18:45h

Sí. Ya lo sé. En agosto no hay pueblo en España que no celebre sus fiestas. Y éste en el que disfruto o sufro mis vacaciones estivales en familia no podía ser menos. Cinco días a tope, además de la novena a los Patronos, convierten a la pequeña y tranquila localidad en un totum revolutum en el que el hasta ahora relativo descanso se troca en un despiporre y desmadre total. Es como una especie de botellona ininterrumpida. Aquí ya no duerme ni Dios, nunca mejor dicho. Porque los cohetes procedentes de las inmediaciones de la ermita, que en realidad no son cohetes sino bombas de ruído, comienzan su atronadora sinfonía a las seis de la madrugada y, con un intervalo de tres minutos, ya no paran hasta que todos, acordándose de la madre que parió al cohetero, estamos de pie con cara de pocos amigos y unas ojeras que nos llegan a los tobillos. El relevo lo toman los miembros de la Hermandad de los Patronos, vestidos con vistosos atuendos uniformados (chaqué negro, chaleco blanco y bicornio con plumas de  mariscal) quienes, acompañados de banderas, banda y música, recorren todas las calles y las casas del pueblo. Diana floreada, lo llaman. Qué bonito nombre para un desesperante y horrible chin-chin-pum seguido de una algarabía de vociferantes niños, que daña los oídos menos cultivados.

Bueno, pues pese a todo, pese al ruído y al jaleo, estos días no paran de llegar paisanos que vienen de todos los rincones del pais e incluso del extranjero. Curiosamente los llaman "los ausentes". Un eufemismo que intenta no aludir a una emigración que casi despobló el lugar en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Estos "ausentes" se hacen ahora presentes en todos lados. No descansan, No paran de saludar y dar abrazos a todo aquel que se cruza por su camino recordando viejos tiempos de juegos, colegios o trabajos. En su casa ni les ven el pelo.Y lo invaden todo. Bares, terrazas, paseos, calles y plazas donde para lograr encontrar un sitio libre tienes que llegar cuando aún el sol está en todo lo alto.

Y esa es otra, el sol. O mejor dicho, el calor. ¡Qué calorín, Dios mío! Me río yo de Sevilla. Allí, al menos, algunas calles están preparadas para paliar el calor con sus toldos, pero lanzarse en este pueblo a la calle es meterte de cabeza en el infierno. Por extraño que parezca aquí apenas hay sombras y ese continuo subir y bajar de cuestas con cinco o seis cervezas en el cuerpo es una tortura china que pocos aguantan. ¿Verdad, Gogo?

Como no quiero que me tachen de pesimista y de aguafiestas, también he de reconocer que este pueblo tiene sus cosas buenas. O deberá tenerlas. Yo soy algo raro y posiblemente no sepa apreciarlas, pero es indudable que muchos, la inmensa mayoria de los que vienen invitados por estas fechas, se van encantados...o son masoquistas, porque suelen repetir un año y otro. Dicen que algo tendrá el vino cuando lo bendicen. Pues digo yo que algo tendrá este pueblo cuando convoca en agosto a tanto personal. Es verdad que tuvo un excelso pasado ibero, romano y nazaríta. Ahora sólo le quedan un puñado de buena gente, algunos restos aqueológicos, algunos hijos ilustres y un campo que se muere por la desidia de un Gobierno empeñado en el desarrollo sostenible y en la postmodernidad. Es lo que hay. Hasta el próximo mes de agosto, que ustedes lo veraneen bien.

 

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