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El ladrón detrás del juez

El ladrón detrás del juez

viernes 18 de mayo de 2007, 15:13h
Se agotan los tiempos y el plan Transantiago sigue en coma, poniendo a prueba la paciencia de miles de ciudadanos de a pie. Como un humilde usuario más del sistema, puedo decir que hay cosas que me enervan tanto o más que el hecho de sentir que nos están tocando los cojones y están abusando de nuestra mansedumbre.

Me molesta, por ejemplo, ver a señores a los que, estoy seguro, jamás me toparé en el metro –para no hablar de una micro–, decir que el plan está muerto. Y que la solución consiste en resucitar el sistema de las cacharrientas micros amarillas con el que la mano invisible del mercado solucionaba el problema del transporte público.

Me pone de muy mal humor, por otra parte –y no es porque yo no sea pluralista y no crea en la libertad de expresión para todos, incluyendo a quienes no nos resultan simpáticos–, contemplar en el noticiero de medianoche de TVN al señor José Yuraszeck, entrevistado por una periodista, ante la cual dio cátedra de las razones por las que había anunciado de antemano el fracaso del dichoso plan.

Confieso que este caballero, que es el actual dueño de Sal Lobos, y que fue condenado y multado por la justicia luego de una denuncia de la Superintendencia de Valores y Seguros por el uso de información privilegiada en el caso Chispas, no es santo de mi devoción por razones varias.

Ex alto ejecutivo de Chilectra durante la dictadura de Pinochet, terminó tomando el control de Enersis y luego de Endesa mediante los artilugios del llamado “capitalismo popular”. Y no lo digo yo, sino la periodista María Olivia Monckeberg, en su libro “El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno”.

Dicen que empezó su ascendente carrera como militante de los grupos de choque de Patria y Libertad en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, durante el gobierno de la UP. Pero probablemente esos son sólo rumores infundados echados a correr por quienes han mirado siempre con envidia a este hombre “hecho a sí mismo” que ascendió desde la pedestre clase media hasta las más altas cumbres del empresariado criollo.

Lo cierto es que, desde el punto de vista periodístico (y sólo desde éste, subrayo la palabra), no me parece lo más apropiado convocar como fuente sobre un tema tan controvertido a quien tuvo hasta hace poco intereses económicos personales muy comprometidos en el asunto a través de Redbus. Una empresa de la que decidió deshacerse una vez que anunció a los cuatro vientos que el Transantiago no resultaba viable económicamente con un pasaje por un monto menor a un dólar (520 pesos, al cambio de hoy).

O sea, francamente no me parece que corresponda invitarlo como “experto” cuando el hombre claramente no es un observador imparcial. Y estoy dejando de lado el hecho de que sea además un reconocido dirigente de la UDI y –supongo, asimismo– una de sus fuentes de financiamiento.

Esa actitud de quienes dirigen el área periodística del canal público es, entonces, en mi opinión, no sólo injustificada desde el punto de vista meramente informativo, sino que representa también una suerte de autoflagelación perversa cuando está visto que la oposición de derecha pretende hacer del tema su principal caballito de batalla.

Hacer cosas como éstas significa, lisa y llanamente, como dice un amigo mío, darse un balazo en el pie. Y es equivalente a llamar a una licitación para definir quiénes serán los operadores de los nuevos recorridos y concedérsela –en una proporción de un tercio del total– a los enemigos históricos de cualquier cambio en materia de transporte, pues el cambio representa, para ellos, el flagrante temor de darle muerte a la gallina de los huevos de oro.

Por eso, me indigna salir por la mañana y descubrir a la gente común, a la gente como uno, aglomerada en los paraderos esperando micros que no llegan. Mucho me temo (y creo no ser el único que piensa lo mismo) que los concesionarios están saboteando por todos los medios a su alcance el Transantiago. Tirando de la cuerda hasta que la bronca estalle, para luego culpar de los reventones a los funcionarios de un gobierno que aún no se decide, al parecer, a hacer uso de la autoridad ante los poderosos de siempre.

Porque uno quisiera ver al ministro Cortázar inspeccionando en terreno el cumplimiento de los compromisos que los empresarios adquirieron al hacerse cargo de la operación de las micros. Pero hasta ahora, lamentablemente, sólo se ha visto su perfil de hombre más apropiado para las reuniones de directorio que para la acción en la calle, prometiendo castigos que nunca llegan y diciendo que reza todos los días para que no llueva (sic).

Así las cosas, la gente de a pie se siente manoseada y pisoteada a diario, en medio de un fuego cruzado mediático en el que lo único que abunda es la confusión. La misma que se expresa en cadenas de mails apócrifos con un supuesto poema de Nicanor Parra, en el que éste asegura (estoy casi seguro que se trata de un invento, ni siquiera muy bien planeado) que el de Michelle Bachelet es “el peor gobierno de los últimos cien años de historia, salvo el del que te dije...”

U otro correo electrónico, más siniestro aún, donde se comparan –con fotos de archivo y algunas más recientes– gobiernos encabezados por médicos socialistas, las colas que supuestamente éstos generan por una maldición de carácter histórico y el desenlace que presuntamente nos espera si seguimos marchando por el mismo camino. 

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Carlos Monge Arístegui
Periodista.
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