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¿Hasta cuándo?

¿Hasta cuándo?

domingo 05 de septiembre de 2010, 23:24h

¿Qué más se espera? ¿Y hasta cuándo?

Nuestros países están siendo devastados. Ahí están los cadáveres, que aparecen en las calles, en los páramos, en las selvas. Ahí están los cadáveres, sepultados en fosas comunes desperdigadas por aquí y por allá.

Y están los niños, prematuramente convertidos en hombres, muertos con un arma al brazo.

Ahí están los ejércitos, cada vez más numerosos, equipados con la tecnología más sofisticada.

Y está toda una conducta social que ha cimentado sus valores en el dinero, que se atesora con igual facilidad que rapidez.

Y están ellos, los que siembran el terror y saben cómo comprar el silencio o la complicidad de los demás: por miedo, chantaje o plata.

Y está la soberanía nacional hecha pedazos: a pretexto del control, el imperio penetra, hurga, vigila, instala bases militares, obliga a firmar acuerdos, pone trampas.

Y pone, también, el gran mercado, el que consume, el que se permite pagar diez, cien, mil veces más por el producto llevado a sus calles, a sus oficinas, a sus casas.

Y así, durante años ha regido ese juego siniestro que solo ha dejado corrupción, violencia y muerte.

Porque la droga alcanza para todos. Sus tentáculos atenazan, por igual, a poderosos que a parias: deja esparcidos sus sucios remanentes allí por donde pasa.

Estamos dando la guerra al narcotráfico han repetido con tenaz persistencia todos nuestros gobiernos, que han destinado ingentes recursos al armamentismo y solo han encontrado que por cada bala gastada, por cada avión, por cada nuevo barco, el mercado se multiplica, crece, se fortalece, se ensancha. Que solo han encontrado que por cada cartel desarticulado, por cada capo capturado, florecen diez, cien más a sus espaldas.

Y nos lo presentan con aspaviento: cayó una nueva red, cayó un nuevo rey. Un laboratorio más fue desmantelado.

Y todo sigue igual.

Porque la pelea es aquí, en los países pobres, en los países productores, que tienen sus cárceles llenas y aterrorizada a la gente. A toda. A la del campo y a la de la ciudad.

Y todo sigue igual.

Allá, en el imperio, allá en el Primer Mundo, la droga continúa circulando con mayor frenesí, con mayor avidez. ¿Cómo entra si hay tanto control? ¿Cómo expande sus redes para el comercio? ¿Quién lo permite? ¿Qué circuitos funcionan? ¿Cuánto dinero arroja?

Eso aquí no se entiende. Por lo menos no lo entendemos nosotros, subdesarrollados como somos. Dependientes como somos. Pecadores por tener unos sembríos que van rotando de una frontera a otra, en un periplo inacabable, que involucra a casi toda América.

¿Cuántos años más tienen que pasar? ¿Cuántas generaciones más tienen que ser sacrificadas? ¿Cuántos muertos más tenemos que poner? ¿Cuánta podredumbre más tiene que asfixiarnos con sus efluvios nauseabundos hasta que el poder, por fin, se convenza de que en esa guerra no está la solución?

Se convenza de que la batalla, para nosotros, está perdida. Que todos los muchos recursos que empleamos podríamos destinarlos a lo que más necesitamos: salud, educación, alimentos, vivienda.

El problema de la droga está allá, donde está su consumo. Por eso, las voces que gritan ¡legalícenla!, se elevan cada vez con más fuerza y es cada vez más difícil no escucharlas, ignorarlas, acallarlas.

Artículo de opinión tomado del diairo El Universo

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