La irrupción del Yemen como segunda plaza fuerte del terrorismo islámico, tras el Afganistán, se puede explicar con las mismas causas que ha hecho del Afganistán el feudo de Bin Laden: la miseria y la incultura.
El Yemen es el país más pobre del mundo musulmán, con una renta por habitante de 200 dólares anuales, y la nación con el índice de natalidad más alto del mundo. Ambas cosas determinan que la formación escolar sea mínima; a los niños apenas se les enseña algo más que aprenderse de memoria el Corán.
Los recursos petrolíferos del Yemen son menguados y se ha reducido a más de la mitad en los últimos quince años. Para colmo, los Gobiernos autoritarios y la pobreza han generado una corrupción que empuja literalmente a la desesperación. Esa desesperación se canaliza últimamente hacia Al Qaeda porque uno de los aliados árabes más importantes de Bin Laden se refugió en el Yemen hace dos años, dándole a la rama yemení del grupo terrorista una eficiencia y dinamismo del que había carecido hasta ahora.
Y unos desesperados toman las armas para unirse a Al Qaeda en tanto que otros, la mayoría, recurren al kat -una planta estupefaciente- y se pasan el día masticándola para olvidar las penurias cotidianas.
Pero esto agrava aún más las angustias yemeníes porque el cultivo del kat absorbe el 80% del agua de que dispone el país para la agricultura, generando también por este lado más carencias de alimentos.