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Discos o documentos

Discos o documentos

miércoles 19 de enero de 2011, 21:42h
Acariciar con la mirada las estanterías repletas de discos es un extraño placer. Los años vividos descansan ahí y representan una historia en forma de canciones. No es nostalgia, es tu biografía. Ahí están los singles comprados por 45 pesetas con los ahorros de las pagas, los discos de cuatro canciones a 95, los primeros elepés inalcanzables a trescientas… La música circula ahora, volátil, a través de un espacio inescrutable. La gente ya no escucha discos sino canciones. La música no se puede tocar, pero la música en cajas o en carpetas de diseño, sí.

Tengo oído al maestro Carmelo Bernaola, cuando dirigía el conservatorio de Vitoria, que él no tenía prácticamente discos en su casa, salvo para utilizar alguno como elemento de trabajo. Cuando hablábamos de estos asuntos en torno a una buena mesa, se mostraba particularmente molesto  con la música que habitualmente suena en los ascensores o en los aviones, o lo que era lo mismo, uno de los canales del hilo musical de la época. La música, decía, está en un escenario, ni siquiera en las grabaciones. Eso es otra cosa. Algunos músicos comparten la opinión de Bernaola sin tanta radicalidad, aunque subrayan que en realidad los discos tienen únicamente un valor documental. La música se toca en vivo.

A mí me parece que Bernaola, desde su enorme humanidad, exageraba, no en lo de los ascensores, sino en su rechazo frontal a la posesión y disfrute del disco, que yo considero un preciado tesoro.  Pero resulta que cada cierto tiempo las compañías discográficas dan una vuelta de tuerca más a su catálogo de arqueología musical.  El último en comparecer ha sido el difunto, casi siempre son difuntos, Jimi Hendrix con una recopilación de canciones nunca publicadas, fotos inéditas, manuscritos y dibujos. El único guiño a la modernidad es la posibilidad de descargarse gratis un tema de 1968. El célebre guitarrista de Seattle murió a los 27 años, a  la misma edad que Robert Johnson, Brian Jones, Jim Morrison o Kurt Cobain.

Todavía nos espera una larga resaca de la muerte de Michael Jackson sin que nos hayamos repuesto del continuo saqueo de los músicos, fallecidos o no, de los sesenta. Un material que, en ocasiones, probablemente ni siquiera ellos habrían consentido en publicar. Se trata de una forma como otra cualquiera de rentabilizar cadáveres.

Hay expertos que afirman que la música de  los Beatles no ha sido exprimida suficientemente, lo cual es extraño porque no consta que los fab four ya grabaran en la escuela infantil y su discografía  ha sido una y mil revisada por Paul McCartney a quien no se le escapa un solo detalle que tenga que ver con la productividad del cuarteto de Liverpool. Ya no se trata de mirar solo al pasado sino al futuro. Beatles y Pink Floyd han llegado a acuerdos con sus compañías discográficas para la utilización de su música en la red. Pronto serán necesarios acuerdos para publicar con sentido común sus legados inéditos.

No sólo son los Beatles o Jimi Hendrix. Otros compañeros de fatigas ven cada año como salen a la luz trabajos inéditos que, salvo generar ingresos, no hace otra cosa que nos echemos las manos a la cabeza ante una música tan poco imaginativa y grabada sin medios. ¿Qué buscamos en estas grabaciones? ¿El coleccionismo o  la fidelidad a nuestros mitos? ¿El afán de tener el álbum completo sin que falte un solo cromo? Es posiblemente  el reconocimiento a un  material, que, por mucho que se presente en lujosas cajas, contiene únicamente documentos. ¿Lo son también los discos?

Carlos Roldán. Periodista.
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