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Esquilache

Esquilache

lunes 24 de enero de 2011, 17:57h
Esa especie de persecución legal de fumadores que estamos viviendo está provocando más actitudes de rebeldía que cualquier ley de mayor trascendencia política. Locales incumplidores, clubs de adictos, colectas para el pago de sanciones y exhibición retadora de fumantes de aire libre forman parte de un espectáculo de malestar notable. Más que humo de tabaco se respira aire de motín. Un ambiente evocador del motín de Esquilache.

A don Leopoldo de Gregorio, ministro de Carlos III, titulado Marqués de Esquilache, se le ocurrió que los ciudadanos debían de llevar, a partir de determinada fecha, la capa más corta y el sombrero de tres picos. La intención no podía ser más benéfica,  pues era la de privar a los delincuentes del anonimato que les proporcionaba aquella especie de burka varonil consistente en la envoltura hasta los pues de la inmensa capa y la ocultación de la cara bajo el ala ancha de los grandes sombreros redondos. Se trataba de desenmascarar a los delincuentes y proteger a sus víctimas que, como los fumadores pasivos, sufrían riesgos indeseados. Pero lo que molestó a los ciudadanos no fue la intención de Esquilache sino la forma impositiva, inoportuna y antieconómica que llevaba consigo una disposición que tenía todo el sello de lo que se llamó el despotismo ilustrado: cortar capas y sombreros a toche y moche por mesones y plazoletas. 

El caso es que provocó un clima de rebeldía cuyas repercusiones políticas fueron más allá que la historia de las capas y los sombreros. Esquilache fue desterrado, el gobierno cayó y todo el progresismo ilustrado de la época sufrió sus consecuencias. Las capas cortas y los sombreros de tres picos se impusieron, poco más tarde, por las buenas y sin denuncias ni tijeras, por la simple evolución de la moda, pero Esquilache no volvió nunca más a España.

Los actuales gobernantes, en su afán histérico de imponer con prisas sus modelos transformadores de conductas, actúan con falta de tacto y sin tener en cuenta el coste económico y psicológico de violentar la libertad de usos y costumbres de un pueblo antiguo y orgulloso. Lo mismo les da las pensiones que el tabaco. Quieren cortar y mandar mientras puedan y presienten que les queda muy poco. No se dan cuenta de que están despertando la vena indisciplinada de los españoles, el afán irracional de hacer lo que nos da la gana, el gusto por amotinarse frente a las gesticulaciones autoritarias. Gobernar bien no es tentar a los ciudadanos a desobedecer y obligarlos a pagar multas sino a hacerse obedecer gratis.
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