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Dos mil millones

jueves 27 de enero de 2011, 08:08h
    En un mundo que tiene unos seis mil millones de habitantes, los internautas ya son dos mil millones, uno de cada tres terrícolas. La verdadera patria de una Humanidad que no entiende de distancias ni de fronteras es un teléfono móvil (hay tantos como ciudadanos en el mundo) o el teclado y la pantalla de un ordenador. Se demuestra que Julio Verne, en sus fantasías, se quedó corto, y hoy no sólo es posible viajar de la Tierra a la Luna  o recorrer “veinte mil leguas en viaje submarino”, sino que todos los tejados son de cristal, y amanece o anochece a golpe de ratón.

    No estamos hablando de nuevas herramientas al servicio del hombre, como lo pudieron ser  el fuego o la rueda o la penicilina, sino de una verdadera revolución de usos y costumbres. Desde el momento en que, con un simple “click” en el teclado, usted puede invitar a un esquimal a tomar un café en su casa o le puede pedir a un lama tibetano su opinión sobre las divinidades del Himalaya, los horizontes de su vida han cambiado…, las murallas de sus juicios y prejuicios se han derribado sin necesidad de que sonasen las trompetas de Jericó, los nacionalismos de Atapuerca han saltado por los aires.

     Somos seis mil millones de habitantes en el planeta, y al mismo tiempo somos un solo y único inquilino con miles de millones de rostros en la cabaña. Si los dos mil millones de usuarios de Internet uniesen sus neuronas en la misma dirección… llegaríamos a Saturno o a Plutón, en viaje de ida y vuelta muchas veces. Las nuevas tecnologías también sirven para soñar, y ojalá todos, al unísono, diseñásemos un mundo más justo y más humano.

     Somos, en fin, una gloriosa gota de agua en mil océanos, un derrotado grano de arena entre todos los desiertos. Fuimos de la tribu de los hechiceros y ahora somos de la patria de los internautas. Los españoles (cuarenta y pico millones de seres bajitos, morenos y cabreados, según la leyenda) ya no podemos decir que en nuestro Imperio jamás se pone el sol. Ahora mismo hay un señor, más o menos ocioso, en el Polo Sur o en Tanzania, que nos está mirando. Qué bueno sería ser cortés y solidario y educado entre la muchedumbre. Cuando escribo yo en el teclado, en realidad escribo… dos mil millones de personas. Y, mientras tanto, traductores paletos en el Senado poniéndole puertas al mar, y el patio del invierno invadido de moscas cojoneras.



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