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La Torre de Babel

La Torre de Babel

miércoles 02 de marzo de 2011, 21:44h
Los políticos europeos sueñan con la armonía anterior a Babel. Son como los niños que soñaban con la “gallina turuleca”. Ambos son sueños dulces que hacen más soportable la cruda realidad y, además, son rentables para el soñador, porque el político recibe parné por sus relojes blandos dalinianos y, el niño, una chocolatina. A causa de los veinticinco idiomas oficiales de la Unión Europea, los políticos apenas pueden entenderse con una sonrisa, un apretón de manos, un talante risueño, en fin, como si fueran trogloditas en la era del signo previo al verbo. Es un problema de exceso, un maremágnum de lenguas y un gasto barroco en intérpretes y traductores, que han logrado establecer un paralelo entre la moneda y el discurso. 

El gobierno europeo es en sí la alcantarilla por donde se va el dinero que haría falta para cosas decentes. Los mandatarios europeos no se entienden, pese al ejército de funcionarios dotados por el don de lenguas. Ahí se les ve (a los políticos) asintiendo ante un reproche como si el otro le diera los buenos días, tal cual niños que aceptan, de buen grado, que la gallina turuleca ponga huevos en la cocina, para desesperación de la madre.

No usar sólo el castellano en el Senado español es más de lo mismo, la misma sobredosis de intérpretes, la misma desazón de los contribuyentes que pagan la retórica vacua de las cuatro lenguas oficiales del Reino. Todo esto sería como para sacar un cierto número de consecuencias, que nos llevarían a la polisemia, en términos lingüísticos, o a la neurastenia en términos sanitarios. En tantísimas lenguas, hemos llegado al límite del saber, que es saber que no se sabe nada, nada más que dar cierto gusto a lo maravilloso merced a una de las propiedades de la naturaleza humana: soñar. Soñar con la armonía anterior a Babel, adjudicar a las cosas un equilibrio mayor del que tienen, embolsar los óbolos sin sobresaltos, lograr la máxima adherencia al sillón, en fin, culos agradecidos. 

La gente sueña con un mundo mejor porque peor es imposible, mientras que los políticos sueñan con la armonía anterior a Babel. A causa de la polisemia propia del despelote de idiomas, la tontería que Ban Ki Moon dio en llamar “alianza de civilizaciones”, caló a conveniencia del usuario, como en Zapatero, que hizo suyo el disparate del coreano. Menos mal, y felizmente, dicha “alianza” no cuajó, sino que fue un sueño de alcance alucinógeno y mal despertar. Si realmente hubiera existido una alianza de civilizaciones, dicho vínculo nos habría llevado ahora a la movilización social, como en el mundo árabe, dado que uno se alía para lo bueno y para lo malo, porque si no, no es alianza. Ni alianzas ni un carajo, vienen a decir ahora las lumbreras europeas, que huyen de nuevo por la “línea de fuga” (G. Deleuze) hacia el sueño recurrente de la armonía anterior a Babel.

Eduardo Keudell. Periodista y escritor.
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