Servicio Militar
martes 15 de marzo de 2011, 13:06h
Se cumplen los diez años de la suspensión – que no eliminación, como aclara el teniente general en la reserva Pedro Pitarch en una entrevista radiofónica – del servicio militar obligatorio (SMO). Este servicio con muchas luces y no menos sombras estaba implantado en España desde hace dos siglos. Por tanto, es un servicio a la patria que ha afectado literalmente a muchos millones de españoles. Durante varios decenios, este servicio fue exclusivamente para el proletariado (una voz en desuso, aunque incluso hoy siga habiendo proletarios). La gente adinerada compraba su exención del servicio abonando una cantidad económica.
Para resumir los doscientos años de historia del SMO en un folio y medio habría que recurrir a historiadores, vivos y muertos, como Jaume Vicens Vives, Antonio Domínguez Ortiz, Miguel Artola, Santos Juliá o Fernando García de Cortázar. Yo aquí, como aficionado a la historia, destacaré un detalle de las luces del ejército. El ejército, a lo largo de su historia, alfabetizó a muchos miles de soldados que llegaban – y, sobre todo, del medio rural – a la mili sin saber leer ni escribir. El cultísimo quiosquero que me provee en Madrid de prensa me cuenta que, en su cuartel, por ejemplo, estaba vigente que un soldado analfabeto no podía licenciarse hasta que aprendiera a leer y escribir. Hablemos solo de una de sus sombras. Hasta los cinco o seis últimos años del SMO, en que el Ejército por fin contó con psicólogos, el número de suicidios de soldados doblaba la media de suicidios de la población civil.
En el terreno de nuestra literatura, a los cinco años de la suspensión del servicio militar obligatorio, en 2006, Antonio Muñoz Molina publicó su “Ardor guerrero”, un alegato contra la mili. En el otoño de 1979, un muchacho que sueña con ser escritor, se incorpora al Ejercito por leva obligatoria, y no voluntaria como también podía hacerlo el futuro soldado. Su destino es el País Vasco, en cuyos bosques cantan los pajarillos en eusquera, castellano y húngaro. Su viaje en un tren de la atroz Renfe de aquellos años que cruza España de sur a norte es el preludio de la sinfonía Viva la pesadilla firmada por el conde Drácula.
“Conejo, vas a morir”. Con esta alegre frase eran recibidos los nuevos reclutas que sentían el entusiasmo de abandonar en unos días este valle de lágrimas.
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