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OPINION/Victor Gijón

Diego no es Hormaechea, pero le imita

Diego no es Hormaechea, pero le imita

lunes 18 de junio de 2007, 18:06h
El PP de Cantabria, liderado por Ignacio Diego, intentó el sábado disimular su soledad, su incapacidad para el diálogo y la negociación, comprando voluntades. El PP de Diego ha resucitado el tránsfuguismo y, además, pretende hacernos comulgar con ruedas de molino, acusando de tan nefasta práctica política a los demás. Diego parece decidido a ser Juan Hormaechea, al que imita en sus peores gestos, pero le falta una cosa: ganar elecciones. Por eso más que imitación lo de Diego es parodia.
El PP de Cantabria, liderado por Ignacio Diego, intentó el sábado disimular su soledad, su incapacidad para el diálogo y la negociación, comprando voluntades. El PP de Diego ha resucitado el tránsfuguismo y, además, pretende hacernos comulgar con ruedas de molino, acusando de tan nefasta práctica política a los demás. De hacer caso a Diego lo decente es actuar en contra de las decisiones del partido a que pertenece, siempre que ese partido no sea el suyo. Defender tan obscena forma de pensar deslegitima al político que lo sostiene. Diego parece decidido a ser Juan Hormaechea, al que imita en sus peores gestos, pero le falta una cosa: ganar elecciones. Por eso más que imitación lo de Diego es parodia.

De un político se espera que defienda sus ideas, incluso cuando son objetivamente indefendibles. Tampoco merece rechazo que, contra toda lógica y vistos los resultados, los partidos se nieguen a reconocer que han perdido las elecciones. Pero lo que no puede hacer nunca un político es llamar imbéciles a los ciudadanos. Diego, presidente del PP, que no es Hormaechea pero parece haber tomado al condenado ex presidente como modelo, ha comprado un concejal del PRC en Castro Urdiales, al que ha hecho alcalde. Pero, según Diego, los tránsfugas son los que se han quedado en las filas regionalistas, cumpliendo el acuerdo de su Comité Local, y no quien un día dijo que se iba, tras cuatro años de alcalde y un resultado electoral malo de solemnidad, y luego se queda para ser alcalde al margen del partido por el que fue elegido.

La indecencia política de Fernando Murguruza, que así se llama el personaje que se ha vendido por una alcaldía, no es ni de lejos tan inmoral como la del PP y su líder regional. Dice Diego que se ha enterado por los periódicos del acuerdo en Castro. Miente. El negocio de Castro Urdiales, que no negociación, por utilizar un término que Diego ha venido lanzando a modo de acusación contra el pacto con luz y taquígrafos de socialistas y regionalistas, no solo ha contado con el beneplácito de Diego, sino que ha sido urdido, planteado, desarrollado y consumado por él mismo. Las negociaciones o el negocio para que Muguruza traicionara a su partido eran conocidas por dirigentes del PP desde mediada la tarde del pasado viernes, 24 horas de consumarse la traición. Y la información provenía de la máxima instancia del partido: del propio Diego.

Fue Diego quien dio todo tipo de garantías a Muguruza, al que ofreció la alcaldía, a pesar de que sólo aportaba su voto, frente a los cinco del PP y los cinco de Alternativa por Castro, del ex socialista Rufino Díaz. Éste renunció a ser alcalde, también tras recibir seguridades de que controlaría buena parte de las concejalías del ayuntamiento, urbanismo incluido. Es más no se descarta que Muguruza dimita en unos meses, que ‘Kaika’ Rodríguez, líder local del PP, le sustituya y que la recta final de la legislatura presida la corporación Díaz. Y todos contentos.

A quien no conozca al personaje se le hará difícil creer que Muguruza no pusiera ninguna dificultad para recibir los votos de Díaz. Tampoco resulta creíble, que este último le diera su apoyo, salvo que haya un texto no escrito, un acuerdo no publicable, con muchos ceros. Fue Muguruza quien hace cuatro justificó el tripartido contra natura de regionalistas, PP, e IU, porque no podía permitir que el entonces todavía militante del PSOE gobernara a pesar de haber quedado a un solo concejal de la mayoría absoluta.

Muguruza es uno de esos personajes de la política cántabra que ningún partido serio debería tener en sus listas. Hace dos años reconoció que se aburría como parlamentario regional. Pero no dimitió, como hubiera sido lógico, sino que siguió cobrando su sueldo de diputado regional. Muguruza rompió, con su forma de actuar egocéntrica, personalista y autoritaria, el PRC de Castro, provocó la división en el PP, que vio como dos de sus concejales pasaban al Grupo Mixto, obligó al PSOE a poner disciplina en sus filas y expulsar a Díaz y la mayoría de sus concejales que pretendían ponerle una moción de censura con apoyo de ex ediles del PP y del PRC. Muguruza mantiene conflictos con los funcionarios municipales, con los policía local, con colectivos vecinales, con los presidentes de la Juntas Vecinales... Ayer al salir del pleno recibió abrazos, besos y aplausos. pero ¿de quién? De los militantes y simpatizantes castreños del PP.

Ese pedazo de político, que ha terminado por traicionar a su partido y la amistad que le profesó, me consta, tanto pública como privadamente Miguel Ángel Revilla, es al que Diego ha hecho alcalde de Castro Urdiales, el tercer municipio en número de habitantes de Cantabria. ¿Por qué? ¿Para qué? Parece claro que porque para el dirigente popular todo vale con tal de crear inestabilidad en Cantabria. Y ¿para qué? Pues con la idea de que el lío podría tener consecuencias sobre el pacto regional acordado por PSOE y PRC.

En las próximas horas Diego acusará a la dirigente socialista de no tener palabra, de no cumplir su advertencia de tolerancia cero, y de aceptar que le ‘roben’ una alcaldía. No pasará mucho tiempo antes de que Diego recuerde la frase de  Lola Gorostiaga, para acusarla a renglón seguido de lo ocurrido en Castro. Es la representación más acabada del bombero pirómano. Enciende el fuego y luego se ofrece a apagarlo, en tanto que acusa a los demás del desaguisado.

Pero la tolerancia cero, que tan poco agrada al PP, es en palabras de Gorostiaga de doble dirección. Fue una advertencia a sus socios, pero también a sus propios concejales. Y fue, aunque Diego no se haya querido enterar, aviso a navegantes sin brújula siempre dispuestos a meterse en todo tipo de problemas, cuando no a crearlos ellos mismos. Tolerancia cero para promotores de tránsfuguismo y compra-venta de voluntades. Tolerancia cero, también, para, por ejemplo, el concejal socialista de Guriezo, propuesto para expulsión fulminante por desobedecer los acuerdos del Comité Regional de su partido y no votar la reelección del regionalista Adolfo Izaguirre, propiciando con su voto la designación como alcalde del cabeza de lista del PP. Tolerancia cero en el PRC, que en las próximas horas procederá a expulsar del partido a Muguruza, al que el Comité Local del PRC de Castro ya ha pedido su acta de concejal.

El ‘caso Castro’ tendrá, además, incidencia nacional. Socialistas y populares tienen firmado desde hace más de una década un Pacto Antitránsfuguismo que cuenta, incluso, con una comisión de seguimiento. Aunque no siempre ha habido acuerdo sobre quién era el tránsfuga y en muchas ocasiones las expulsiones de los trasgresores, de un lado y de otro, fueron medidas temporales, hasta las siguientes elecciones, el comité no tendrá más remedio que estudiar lo ocurrido en la villa cántabra. Y el asunto no admite dudas. Un concejal electo en las listas de un partido rompe la disciplina de voto, se niega a cumplir con lo acordado por la dirección regional y local de su formación y pacta con otras fuerzas políticas para que le voten como alcalde.

El PP de Cantabria ha tirado por tierra su discurso, por otra parte bastante poco creíble, de dignidades ofendidas por acuerdos entre partidos que no tenían en cuenta las listas más votadas, claro que eso valía cuando eran las suyas. Y digo poco creíbles, porque en la historia de Cantabria el PP tiene varios ejemplos de haberse pasado por el arco del triunfo las mayorías cuando le convenía. El caso más notable se produjo en 1991. Manuel Huerta, candidato a la alcaldía de Santander por el PP, tercero en numero de votos, fue investido alcalde con el apoyo del segundo partido más votado, la UPCA de Hormaechea, en detrimento del PSOE que era la candidatura con más apoyos en las urnas. Lo mismo ocurrió en el Parlamento regional donde los socialistas, con 16 escaños, pasaron a la oposición. El nuevo Gobierno lo presidió el seis meses antes censurado –por PSOE, PP, PRC y CDS-- Hormaechea, que había logrado 15 escaños con su partido, para lo que contó con el apoyo de los 6 diputados del PP, que así devolvían el favor de haber obtenido la alcaldía de la capital de Cantabria.

Pero si en 1991 fueron los votos con los que se negoció, o hicieron negocios, para desplazar a los ganadores, los socialistas, cuatro años antes, el PP, liderado por Hormaechea, logró la mayoría absoluta recurriendo a tránsfugas. Dos diputados regionales del PRC, Esteban Solana y Ricardo Conde-Yagüe, pasaron de los bancos de la oposición al Gobierno. El primero como asesor de no se sabe muy bien qué, pero con un sustancioso suelo; el segundo, como consejero de Sanidad, con despacho y coche oficial. Nadie tuvo duda alguna de que habían sido comprados. Como tampoco hubo duda alguna sobre el cambalache cuando un diputado socialista cambió el sentido de su voto en la designación de presidente del Parlamento de Cantabria, favoreciendo la elección de un militante del PP en contra del aspirante propuesto por su partido, el regionalista y varios diputados del PP enfrentados con Hormaechea. El parlamentario en cuestión terminó haciendo trabajos profesionales muy bien remunerados para el Gobierno de Cantabria en el parque de Cabárceno.

Pues bien esa forma de actuar, que desembocó en una situación institucional insostenible, con un Gobierno regional sin capacidad para aprobar presupuestos, con un presidente sentado en el banquillo de los acusados, condenado por prevaricación y malversación de caudales públicos, con más diputados en el Grupo Mixto que en los grupos políticos con los que concurrieron a las elecciones, con un endeudamiento milmillonario, con decisiones arbitrarias, persecuciones personales, acusaciones falsas, amenazas, empresas arruinadas por capricho, y que parecía definitivamente arrumbada, vuelve.

La llegada al Gobierno regional de José Joaquín Martínez Sieso y a la presidencia regional del PP de Gonzalo Piñeiro supuso un cambio radical de actitudes. El primer objetivo fue buscar la estabilidad del gobierno mediante pactos y diálogo y lo consiguió con el apoyo del PRC. La UPCA de Hormaechea despareció con su líder y el PP fue recuperando paulatinamente buena parte de los cargos públicos que se le habían fugado con Hormaechea. Cierto que en los siguientes años Piñeiro acogería de nuevo en el partido a alcaldes corruptos de probada trayectoria --algunos todavía continúan en activo-- a los que en un primer momento se les amenazó con las tinieblas exteriores. Pero tenían votos, son de los de mayoría absoluta, y el PP no estaba para hacer dispendios. Aún con todo se mantenían la formas y desde hace 12 años la palabra tránsfuga sólo había aparecido de pascuas a ramos, como por ejemplo hace cuatro años en Cabezón de la Sal cuando un concejal regionalista sumó su voto al PP para que Santiago Ruiz de la Riva mantuviera la alcaldía, obteniendo a cambio una tenencia de alcaldía remunerada.

Pero lo de Castro es tránsfuguismo con premeditación y alevosía. A la opinión pública de Cantabria se la mantiene ignorante de los términos en la que se ha fraguado la negociación, o habría que denominarlo negocio, promovida por Diego. Hay otros casos donde no se han ocultado las contraprestaciones: concejales de un solo voto convertidos en primeros tenientes de alcalde con sueldo y competencias de las que se sale con la cuenta en números positivos y las hipotecas pagadas. A alguno de esos solitarios de la política, porque así lo han querido los ciudadanos, incluso se les ha llevado por el PP a alcaldías, siempre que con ello vieran la posibilidad de poner piedras en el rodamiento del pacto PSOE-PRC.

Diego ha devuelto a la política de Cantabria una forma de hacer las cosas deleznable, ignominiosa, de las que generan vergüenza propia y ajena y acentúan la mala impresión y peor imagen que la ciudadanía tiene de la llamada clase política. Pero frente a los que dicen que todos los políticos son iguales, señalar que ayer sábado hubo políticos que explicaron a los vecinos lo que hacían y por qué lo hacían y otros que escondiéndose, con nocturnidad y alevosía, llegaron a acuerdos que no solo no son capaces de explicar sino que niegan tener nada que ver con ellos, de tan inpresentables que son. Políticos que, como Diego, además de actuar sin respeto a la democracia ni a las reglas de juego, cuando se les coge in fraganti mienten. Como en Castro Urdiales
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