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Lo sé: las buenas noticias no venden

Lo sé: las buenas noticias no venden

sábado 26 de marzo de 2011, 16:56h
Será que las buenas noticias no venden: good news, no news. Y también puede ocurrir que estemos inmersos en una de nuestras periódicas fases de nacional-pesimismo, que es ese estado de espíritu tan nuestro que nos hace adquirir un complejo autárquico de inferioridad, por contradictorio que eso suene, con respecto a los muchos vecinos del norte. Es el caso que algunos, no pocos, gozan proclamando los males de la patria, angustiándose, como si Moody’s no fuese, entre otras cosas más respetables, un especulador de y con los malos augurios. Desde hace tiempo me empeño en hallar, entre los escombros del desespero, rayos de esperanza, ya que no buenas noticias. Nunca he querido sentirme griego, ni irlandés, ni portugués, pese al amor que siento hacia los tres países, de manera muy especial hacia el último. Aquí y ahora, tratar de ser optimista se identifica con ‘gubernamental’, y viceversa. Y no: hay que dar al fin de la ‘baraka’ que adornaba a Zapatero el valor que tiene, y a la monotonía marianista, lo mismo. España es un gran país, y eso no nos lo quitan ni un mal Gobierno, ni una poco carismática oposición, ni una clase política que no vive sus mejores momentos de imagen precisamente y que no aporta otras soluciones que no vengan ya dadas por la sociedad civil, que somos usted y yo. Ahora vivimos como achantados por eso que se llama ‘Europa’ y ‘mercados exteriores’ (el antipático Moody’s incluido). Todo con tal de que la señora Merkel no nos eche una mirada como aquella con la que el pasado jueves fulminó, y está en las portadas de ayer, al cariacontecido aún primer ministro luso, José Sócrates; y, así, nuestra existencia discurre bajo la opresión de no haber hecho quién sabe qué deberes, como escolares que anoche no estudiaron la lección. Y, así, cualquier palmadita de ánimo en la cabeza dada por alguien como, por ejemplo, el eurocomisario Almunia –que quiso ser Zapatero ¿recuerdan?—nos llena de orgullo a unos, de ira mal contenida a otros, las dos españas: no somos Portugal, ya te lo decía yo, que se lo he oído a Almunia, se ufanan los primeros. ¿Cómo que no somos Portugal? Nuestra situación es mucho peor que la de los vecinos, se irritan los segundos; porque, argumentan, España es más grande. Como si ser más grande fuese malo, oiga usted. Siempre pensé que una parte sustancial de la recuperación económica arranca del retorno de la autoestima y el orgullo como nación. Cierto: hasta la palabra nación viene estando, en esta devaluación general, cuestionada. Y eso es, definitivamente, malo: no me parece en absoluto reaccionario pedir el reforzamiento de algunos conceptos, que son los que hacen grandes a los países, como la unidad, el trabajo colectivo, la honradez, las ganas de innovar. Echar a Zapatero puede, si usted quiere, ser una solución –lo dicen muchos y algo de razón tendrán--, pero no es, desde luego, ‘la’ solución: la solución comienza y pasa por nosotros, por esa sacrificada sociedad civil que es la que en primer tiempo de saludo soporta el paro –no podemos olvidarlo ni obviarlo: es el problema número uno--, la caída del poder adquisitivo, las ocurrencias sin sentido, el afán de prohibir y legislar en el vacío. ¿Cómo ilusionar a esta ciudadanía resignada pero cabreada, escéptica pero que aguanta en el machito?  Bueno, puede que sustituyendo a ZP por otro nos sustentemos algo con el espejismo del cambio. Pero lo que verdaderamente me parece urgente cambiar es este estado de ánimo colectivo, tan plomizo, conscientes todos de que recuperar el vuelo es posible, casi inevitable. Será una buena noticia, y será un notición. - Lea también: ¿Qué se esconde detrás del castigo de Moody's a la banca española? ZP "apoya" al país vecino: España y Portugal, amigos para siempre
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