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El increíble magistrado Aragón

El increíble magistrado Aragón

domingo 08 de mayo de 2011, 18:24h
Querido y desconocido magistrado: “No son los deberes los que quitan a un hombre la independencia; son los compromisos”. Lo decía hace doscientos años el filósofo y político francés Louis de Bonald. La independencia es una cualidad indispensable para cualquier hombre en el desarrollo de su vida, pero muy especialmente para algunos. En la política, los ciudadanos la echamos de menos porque brilla por su ausencia. Un político independiente es un imposible, porque desaparecería de las listas electorales en menos que canta un gallo. Los políticos españoles de hoy pueden ser honestos –lo son en su inmensa mayoría-, capaces y comprometidos –también hay muchos-, pero ¿independientes? La disciplina de partido es antidemocrática, porque en el seno de los partidos ni se discute ni se vota, se acatan las órdenes y el que se mueve no sale en la foto. Ni siquiera muchos de los políticos tienen verdadera independencia económica. Una gran parte nunca ha trabajado en la empresa privada ni se ha sometido a sus reglas; casi la mayoría han vivido de la política –juventudes de los partidos, ayuntamientos, empresas públicas, comunidades autónomas, Administraciones públicas, etc.- desde antes de terminar los estudios. Eso es pésimo para la salud democrática. Pero la independencia es un valor fundamental, esencial a algunas profesiones. La de los jueces por ejemplo. Sin independencia no hay justicia. Sin separación de poderes no hay democracia. ¿Por qué, entonces, una inmensa mayoría de los ciudadanos considera que el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional no son independientes? Sin duda  por sus hechos y porque sus miembros son elegidos por los políticos no por su valía sino por cuotas y, presumo, por su capacidad de agradecimiento o de sumisión: tantos diputados en el Parlamento español, tantos magistrados en el Consejo o en el Alto Tribunal. Y porque, además, esos magistrados en lugar de actuar por criterios jurídicos o de legalidad, reproducen exactamente lo que hubiera votado el partido que los propuso. En una inmensa mayoría de los casos -¿el 90, el 95, el 99 por ciento?- es exactamente así.     Es muy grave que un magistrado sea noticia de portada y hasta objeto de editoriales ¡condenatorios!- porque en ejercicio de su libertad y de su independencia, al menos en dos casos importantes, el del Estatuto de Cataluña y el de la legalización de Bildu, haya roto “la disciplina de voto” y haya votado con “los del otro grupo”. Si lo pensáramos en serio sería una vergüenza colectiva y se debería cambiar una ley que impide diariamente que los jueces sean lo que tienen que ser: justos por independientes. Hay alguien con autoridad moral que viene repitiendo algo indiscutible: tanto el Tribunal Constitucional como el Consejo del Poder Judicial están formados por personas, muchos de ellos jueces, que son independientes hasta que los nombran para esos cargos y que vuelven a serlo inmediatamente que los abandonan. Decía Nietzche que “la independencia es el privilegio de los fuertes”. Lástima que no haya más que le imiten, querido magistrado Manuel Aragón.
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