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Memoria de Semprún, recuerdo de Claudín

jueves 09 de junio de 2011, 08:08h
Hay veces que tengo la sensación de que algunos jóvenes piensan que uno nunca tuvo veinte años. Diantres, pues puedo jurar que los tuve y que avanzando en esa segunda década, un día medio gris llamé con emoción a la puerta del piso de Jorge Semprún en París, el hombre de la oposición antifranquista que operaba en la superficie, la puerta de entrada al mundo poco accesible de la resistencia clandestina, siempre y cuando uno no quisiera entrar por la vía de los comunistas. El día anterior había viajado desde Londres y, como se dice en castizo, llegaba con el cuerpo cortado porque el paso por el Canal en barco había sido bastante movido. Por eso recuerdo la grata sensación relajante que me produjo el sentarme en un mullido sillón en aquel piso más que confortable, frente a un hombre amable que acababa de inaugurar sus cincuenta y que parecía no importarle mostrar su gusto por la buena vida. Empezamos nuestra conversación con algunos prolegómenos. Franco ya estaba enfermo y el debate en la oposición era más bien si reforma o ruptura. Obviamente, estaba prevenido de que el hombre me haría un chequeo antes de facilitarme el camino hacia lo que realmente me interesaba. Y recuerdo que algo que produjo una mayor empatía fue que le contara que yo también procedía de una familia republicana represaliada y que un tío muy querido, el hermano mayor de mi madre, Antonio Moraga, había sido uno de los españoles refugiados en Francia que combatió en la resistencia contra los alemanes. Desde luego que tuve que justificarle mi petición, que, por cierto, no se refería a su persona, sino que tenía como destino encontrarme con el otro intelectual más destacable del PC, expulsado con él por tener sus propias ideas, Fernando Claudín. Mi justificación era doble: por un lado quería saber que pensaba Claudín respecto del regreso a España, ante la virtual transición que se anticipaba, y por otro, tenía el encargo de Ralph Miliband, mi tutor de tesis en Inglaterra, de saber cómo iba uno de los trabajos que siempre le había interesado, la Historia del Movimiento Comunista, que Fernando había escrito sólo en su primera parte y había causado bastante impacto en toda la izquierda europea, que esperaba ansiosa la segunda (que por cierto nunca llegó a publicar). Me despedí de Semprún con el acuerdo de que en un par de días regresaría a su casa para obtener el contacto con Claudín. Cuando regresé, Jorge, que supongo habría hecho sus averiguaciones, me hizo un comentario sobre el hecho de que Claudín tenía que vivir semiclandestinamente no sólo respecto de los unos sino de los otros. Y salí de su casa para encontrarme con Fernando, no sin antes prometernos que mantendríamos el contacto. Cuando llegué al apartamento de Claudín el contraste me golpeó con fuerza. Lejos de ser un piso parisino elegante, era la característica cueva de un militante empedernido. Hasta su figura contrastaba con la de Semprun, Fernando era un hombre bajo, de ojos claros y nada feo, pero en las antípodas del estilo refinado  y mundano que adornaba a Semprun. Nuestra conversación, en un saloncito pequeño con sillas duras, fue, sin embargo, de lo más apasionante. Por un lado, hablamos largo de la situación en la Unión Soviética y su bloque en el Este, así como sobre su lenta preparación del segundo tomo de su historia del comunismo, en torno a la cual ya me dejó entrever algunas dudas sobre su urgencia, pero inevitablemente la discusión se centró en la coyuntura española. Desde el principio se hizo evidente que Claudín seguía más pegado a la lógica del PC sobre las características del cambio previsible que Semprún. Para el primero no habría otra vía posible que la ruptura democrática: aunque el proceso fuera fundamentalmente pacífico, serían las masas encabezadas por los partidos de izquierda, quienes producirían la ruptura con el régimen que continuara tras la muerte de Franco. Para Semprún tenía más sentido mi argumentación de que no había que descartar la posibilidad de que pudiera surgir desde dentro del Movimiento Nacional franquista un grupo reformador, que se encontrara en el camino con la oposición antifranquista para preparar el camino a la democracia (Adolfo Suárez acabaría encarnando definitivamente ese posibilidad). Sin embargo, yo sabía que lo más probable era que me encontrara con Claudín en la transición española. Y así sucedió efectivamente. Tras unas semanas en Burdeos con mi tío Antonio, que no estaba nada seguro que Semprun y Claudín tuvieran razón frente a Carrillo y que pensaba que esa era otra más de las divisiones entre exilados españoles que ya le tenían harto, regresé a España. No había pasado un año antes de que me encontrara en Madrid con Claudín, primero en la revista Zona Abierta y luego en la Fundación Pablo Iglesias. En realidad, pasé colaborando con Claudín en sus iniciativas periodísticas y en los años ochenta en torno a las cuestiones de paz y seguridad. Obviamente, integró el consejo de Tiempo de Paz cuando la fundamos. Su muerte, temprana para mi juicio, me agarró en Chile y la sentí hondo. Con Semprún me vi otras veces en París y ya en Madrid, donde él viajaba frecuentemente y luego cuando ocupó la cartera de cultura en el Gobierno de Felipe González. Pero mi recuerdo de Jorge Semprún  no consigue desligarse en mi memoria del de Fernando Claudín, por razones que a mí me parecen obvias. Incluso por el contraste que todavía me produce la producción escrita de estos dos intelectuales “de un temple especial”, como decíamos socarronamente en aquel entonces para referirnos precisamente a lo que ellos no eran: burócratas acomodaticios de partido. De acuerdo a su estilo, Semprún eligió la memoria novelada, buscando la finura literaria, mientras Claudín prefirió el ensayo y la investigación sobre el cambio político. Pero me siento orgulloso de haber conocido a ambos, aquellos que entonces me resultaban inevitablemente unos mayores curtidos y brillantes, con los que resultaba vivificante discutir y de los cuales aprendí tanto.  - Lea también: Fallece el escritor madrileño Jorge Semprún, un detallista literario del siglo XX
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