www.diariocritico.com
Sin vencedor ni vencido

Sin vencedor ni vencido

domingo 08 de julio de 2007, 11:59h
En la actividad política, “el lado oscuro de la fuerza”, el marketing, prevalece sobre el conocimiento. Es posible que esta afirmación resulte escandalosa, pero la realidad se produce según es y no siempre, o pocas veces, como sería deseable. En el escenario de marketing parece casi unánime la opinión de que Rodríguez Zapatero ganó el llamado debate sobre el estado de la nación a Mariano Rajoy. Planteada la cuestión en esos términos, poco se puede añadir. Cabe empero una pequeña reserva de discrepancia con la opinión general, no en cuanto al veredicto, sino respecto al planteamiento. Supongo que se admitirá al menos que los debates parlamentarios no se ganan o pierden en las encuestas, sino cuando la reflexión de los ciudadanos trasciende a la decisión, esto es, en las urnas. ¿Esto es diferir la cuestión? Cierto, pero cuando una Legislatura está prácticamente agotada y las elecciones generales tienen que celebrarse no después del próximo mes de marzo, no es diferir ad caelendas graecas.   Lo escribiré con más claridad, caiga quien caiga, que en este país casi siempre es el mensajero: el PP tiene muy buenos gestores y excelentes analistas y sufre de unos sociólogos y expertos en comunicación que parecen escogidos por el enemigo. Cada vez que el PP gana en la calle, pierde en los medios de comunicación. Incluso a veces, cuando gana en las urnas, pierde en los escaños. La cosa no tiene demasiados secretos, pero parece que hay, dentro del PP, algunos empecinados en no querer ver lo que es evidente.   El PP, que ganó por la mínima en 1996, obtuvo la mayoría absoluta en 2000 porque, en ese tiempo, fue capaz no sólo de dialogar, negociar y pactar con las minorías nacionalistas, sino de trasladar su imagen, como fuerza política, al espacio de centro y ofrecer no sólo eficacia de gestión, sino también moderación y modernización. Luego vino, a partir de 2000, la indigestión de mayoría absoluta y el soberbio monopolio de la verdad. Cierto que era tanto el éxito de la gestión económica que hubiera ganado probablemente en 2004 de no producirse el 11-M y su catastrófica gestión. Pero puede leerse de otra manera: el 11-M no habría generado el cambio electoral del 14-M si no hubiera golpeado sobre una opinión pública ya fatigada por los cuatro años de monolitismo excluyente.   Volvamos, pues, al juego de ganadores y perdedores del debate parlamentario. El objeto del llamado debate sobre el estado de la nación es valorar y ofrecer al juicio de los ciudadanos la gestión del Gobierno, de ninguna manera la exótica valoración sobre si ganó o perdió Rajoy o Rodríguez Zapatero, como si el Parlamento de la nación fuera un plató de televisión,en vez del templo de la palabra. Tampoco se trata de juzgar cómo hace oposición Rajoy, sino concreta y específicamente de valorar cómo ha gobernado Rodríguez Zapatero durante el último año.   Así que la polémica sobre quién ganó el debate parlamentario tiene, como siempre, mucho de artificial. Sustanciarlo por encuestas de Internet o incluso presenciales no hace sino traducir alineaciones, militancias y aversiones. Nada, en definitiva, que valga la pena para fundamentar el análisis. El discurso inicial del presidente fue flojo, administrativo, de bajo nivel, mientras que la respuesta de Mariano Rajoy tuvo altura, vigor expositivo y consistencia. Luego, la réplica de Rodríguez Zapatero, dura y demagógica, fue brillante y eficaz para movilizar el respaldo de los sectores de opinión en los que recoge sus votos. El presidente sigue convencido de que la crispación le conviene, porque aisla al PP, y la promueve en dosis letales. Lo más grave para el PP y algo tendrán que ver determinados expertos, es que la dúplica de Mariano Rajoy tuvo carencias estratégicas impropias de un probado orador parlamentario como es el líder del PP. De ella nació la sensación de “perder el debate”.   Es verdad que lo personal tiene difícil arreglo, o no lo tiene. A Rajoy se le nota –más incluso en el gesto y en la mirada, que en las palabras– que no soporta a Rodríguez Zapatero, que le desprecia intelectual y moralmente, que no le cree capaz de decir una verdad si no es por equivocación o descuido. Enfrente, se ve que Rodríguez Zapatero no se siente intimidado por la superioridad intelectual de Rajoy. Se le nota que de ninguna manera piensa que la inteligencia, la cultura o la veracidad sean activos fuera del plan de marketing, y que al fin y al cabo también los dos primeros son objetos comprables a buen precio en el mercado, y el tercero es difícilmente aprehensible y por tanto fácilmente eludible.   Hay otra cuestión, ésta personal, subyacente en la aversión que recíprocamente se profesan los actuales líderes del PSOE y del PP. Las pequeñeces humanas están frecuentemente en la trastienda de lo político. El hombre que ha llegado a la cumbre de la política sin haber sido capaz de resolver su vida en algún espacio profesional, es decir, que vive de la política, no puede entenderse con el opositor de éxito que, resuelta brillantemente su vida en el ámbito profesional, ve la actividad política como una manera de poner su autonomía vital y su capacidad intelectual al servicio de unas ideas y de un proyecto de sociedad. Es muy difícil tender puentes entre el corsario y el recaudador de impuestos, si se me permite la amable simbología, exenta de pretensiones fotográficas.   Ahora bien, el corsario puede no ser inteligente, pero inteligencia y listeza son cualidades diferentes. Me perdonarán los exegetas, entre lo que me cuento, de aquel gran español de izquierdas, tan odiado por los sectores fanáticos de las derechas, que fue Manuel Azaña, porque alguna comparación puede resultar especialmente odiosa, pero José Luis Rodríguez Zapatero ocupa en cierto modo el espacio de un Azaña, sin la carga de inteligencia y cultura que condujeron al líder republicano al trágico fracaso de su proyecto político de modernización. Como lo que hace no lo sabe, sino que sencillamente lo intuye o alguna fuente de conocimiento se lo dice y orienta desde el buen recaudo de la discreción, Rodríguez Zapatero gana en eficiencia y elude riesgos.   Por seguir con las comparaciones, siempre odiosas y ya me temo que nada impunes, parece claro, por algunas de sus expresiones y muchos de sus desahogos, que a Mariano Rajoy la gustaría parecerse al autor del excelente “Breviario de Política Experimental”. Tiene para ello sobradas cualidades de inteligencia, preparación y cultura. Pero, aún siendo gallego, le faltan listeza y flexibilidad.   Supongo a Rajoy afectado por cómo, en el debate de esta semana y no ha sido la primera vez, Rodríguez Zapatero ha sabido conducir la mirada de la opinión pública hacia lo más superficial y formal de las acusaciones del líder de la oposición, desviando así la atención de lo esencial, el contenido de las acusaciones, de modo que se discuta sobre si se debe o no usar el terrorismo para hacer oposición, en lugar de sobre lo que debiera importar, que es si Rodríguez Zapatero dice o no dice la verdad sobre las conversaciones con ETA, es decir, si lucha contra el terrorismo o negocia políticamente con los terroristas.   Las siguientes frases de Romanones pueden servir a Rajoy de consuelo o al menos, de esperanza: “Ciertas actitudes u opiniones que arrancan aplausos, al cabo de algún tiempo sólo producirán anatemas y sarcasmos, y por el contrario, las sostenidas disintiendo de la opinión de los más, pasado también algún tiempo suelen imponerse como las más acertadas”.  En el tema del terrorismo, Rajoy se quedó solo, pero es que carecía de los resortes del Gobierno para compensar inquietudes intelectuales o de conciencia.   Pero también pudiera suceder que el líder de la oposición, aún vencido esta vez en el hemiciclo, haya conseguido dejar en el aire y en las neuronas de los electores las grandes dudas que sólo solventarán cuando cada uno se encuentre con su conciencia ante la urna: ¿Rodríguez Zapatero ha negociado o no cuestiones políticas con ETA, ocultándolo a la oposición e incumpliendo radicalmente por tanto el sentido del permiso que recibió del Parlamento para dialogar el fin del terrorismo sin concesiones políticas? ¿Miente o no Rodríguez Zapatero al Congreso cuando se empeña en presentar como una equivocación, vamos, un desliz verbal a lo “mister Bean”, aquella famosa descripción del crimen terrorista en la T4 de Barajas como un “accidente”, término que, según ETA, fue pactado con la organización terrorista?  
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios