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Paisaje después de la batalla

Paisaje después de la batalla

sábado 20 de agosto de 2011, 12:59h
El conocido título que tomo prestado para encabezar este comentario ilustra perfectamente una situación de hecho y pienso que, además, lamentable. Mientras tengo que alabar la conducta, en general, de los cientos de miles de jóvenes que asistieron en Madrid a la Jornada Mundial junto al Papa, y mientras he de decir que no he encontrado el menor reproche en la actuación de las fuerzas políticas con motivo de esta visita, comenzando por el Gobierno socialista, temo que hay que lamentar otros comportamientos. Y lamentarlos, además, mucho.   Y me refiero, claro está, al salvajismo de algunos ‘provocadores’, por llamarlos de una manera suave, que, so pretexto de la defensa del laicismo, se lanzaron a un bochornoso espectáculo de falta de tolerancia y de pluralismo. Como si el laicismo o el ateísmo, actitudes perfectamente respetables ante la vida, hubieran de defenderse con el insulto y el ataque en lo personal. Pero tampoco puedo pasar por alto la excesivamente contundente –y sigo moderando mis palabras-- actuación contra estos provocadores de unos cuerpos policiales que, ya se ve, estaban sedientos de revancha ante lo que ellos consideraban que habían sido, semanas atrás, ‘vejaciones’ contra los agentes por parte de algunos manifestantes ‘indignados’.   Y no, ni el 15-m está para que se le utilice como ariete contra los creyentes católicos, o contra determinadas organizaciones y tendencias dentro de la Iglesia católica, ni, desde luego, la policía está para repartir estopa innecesaria contra los manifestantes. Me duele ver a algunos jóvenes que se dicen idealistas comportarse como energúmenos, de la misma manera que me hiere comprobar que unas fuerzas del orden pagadas por los ciudadanos se emplean tan a fondo contra un sector de esos ciudadanos, por muy mal educado que ese sector les parezca. Faltaría más.   Ignoro a quién se le fue la mano en este viaje. Pero no poco hay que achacárselo a la sensación –eso es, más que una realidad—de que el Gobierno casi en funciones no ejerce del todo. Lo cierto es que algunos ministros, con su presidente al frente, hacen ímprobos esfuerzos para que no se perciba vacío de poder alguno, y ahí están algunas de las medidas económicas aprobadas este viernes en un Consejo de Ministros extraordinario, o ahí está esa sesión plenaria agosteña, convocada para el martes por Zapatero, adelantándose a una oposición a la que este verano le han faltado demasiados reflejos.   Lo que ocurre es que no todos los ministerios funcionan igual de bien, y el señor Camacho, al frente de Interior, no es lo mismo que el señor Pérez Rubalcaba. Ni todos los responsables de los diversos departamentos son como la vicepresidenta Elena Salgado, que ha pasado la mayor parte del tiempo que sus compañeros consumían de vacaciones tratando de apagar, en lo que se podía, los incendios de la crisis económica, que ya vamos comprobando que no es solamente nacional.   Y entonces llegó el Papa, a quien desde la Conferencia Episcopal quisieron presentar como un bálsamo para la polémica entre las dos españas y sucedió lo peor de lo que temíamos: que los intolerantes –en este caso, los de un bando, los de una de las dos españas—convirtieron al antaño pacífico Madrid agosteño en un campo de batalla. Ahora, mientras se contabilizan las heridas morales, ya que venturosamente no mortales, de esta semana de pasión, algunos, muchos, tendrán que reflexionar sobre los errores cometidos en estos días de visita papal. Comenzando, sí, por el propio ministro del Interior, que ha echado un borrón sobre la actuación, esta vez pienso que plural y meditada, del conjunto de lo que nos queda de Gobierno.
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