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Chaqueos criminales

Chaqueos criminales

jueves 15 de septiembre de 2011, 17:00h
Todos los bolivianos nos alegramos por la milagrosa suerte del ciudadano chuquisaqueño Minor Vidal, en el accidente de la nave de Aerocon en Trinidad. Su rescate fue motivo de alegría, de consuelo y de congratulación a todas las instituciones y efectivos que colaboraron en su búsqueda, pese a que al final no quedó muy claro si lo encontraron a él, o fue él quien encontró a los socorristas. De alguna manera, la hazaña de sobrevivencia del señor Vidal fue una especie de final feliz de una historia trágica, que lamentablemente no tuvo el mismo desenlace para el resto de los pasajeros y sus familias. La historia en imágenes quedó hermosa, y de acuerdo a los orgullosos canales de televisión, la noticia de coraje, tesón y sobrevivencia le dio la vuelta al mundo. Así son las noticias hoy en día. Vuelan y arrasan, siempre y cuando generen impacto y toquen la sensibilidad de la gente. Y así como nos sacuden, desaparecen con la misma facilidad, sin dejar rastro de lo relevante y lo significativo. En este caso lo que no se dijo, o por lo menos yo no vi, ni escuché en ninguna parte, es que probablemente fueron los agricultores y sus benditos chaqueos los que se cobraron ocho vidas de compatriotas inocentes. Y además que los bolivianos no tenemos muchas garantías de salir con vida de los aviones, cuando arde el país, y los cielos se vuelven infierno. Me tocó volar al oriente justo un día después del accidente, y lo que se veía desde la ventanilla del avión era un espectáculo simplemente dantesco. El país entero y, al parecer, toda la región, cubierto por una densa capa de humo, sólo comparable al producto de una erupción volcánica o una guerra nuclear. Volar en esas condiciones es un riesgo, y peor aún cuando no está claro si funcionan todos los equipos en los aeropuertos, o cuando la norma de restricción de vuelos no se aplica automáticamente en determinadas condiciones. Pero volvamos a uno de los orígenes del problema, es decir los agricultores, grandes, chiquitos, nacionales y extranjeros, que en su angurria infinita no han vacilado en embarcarse en un modelo de híper explotación agrícola, cuyas prácticas se asemejan a la explotación minera. Los jugosos precios internacionales de la soya han terminado de dar rienda suelta a la codicia y al instinto depredador de estos inconscientes, que no le dan un minuto de descanso a sus tierras, al punto de agotarlas con el mismo cultivo, para, acto seguido desmontar nuevas superficies de la manera más barata posible, es decir mediante los incendios “controlados”. Digamos las cosas por su nombre, lo hacen de esa manera para ahorrar y hacerse más ricos, a expensas del medio ambiente, de la salud y de la vida del resto. Ante esa actitud, que raya en lo criminal, el Estado debería caerles encima con todo su peso, estableciendo multas tan, pero tan altas, que reviertan inmediatamente los criterios de racionalidad y eficiencia que actualmente mueven a los empresarios del agro. Las sanciones ante un problema tan serio como la muerte deberían contemplar incluso, en casos de reincidencia, la expropiación y reversión de las tierras incendiadas. No me vengan con el cuento de que no es técnicamente factible identificar con precisión esos mega incendios y cotejar su ubicación con la información del dueño. Para ello deberían agotarse todos los recursos y esfuerzos, pues en ello se va el futuro y el de nuestros hijos, y no en la quema de unas maderitas en la noche de San Juan.   Ilya Fortún es comunicador social. ilyafortun.blogspot.com
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