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Los fugaces candidatos republicanos

Los fugaces candidatos republicanos

Ante la perspectiva impensable hace pocos meses de que el presidente Obama tenga dificultades para ser reelegido, el Partido Republicano ha recobrado las esperanzas y afila diariamente sus lanzas políticas, pero sigue sin conseguir un candidato a su gusto. La rapidez con que los diferentes políticos republicanos pasan del entusiasmo al desencanto es inusitada -y un mal agüero para sus posibilidades de recuperar la Casa Blanca por mucho que Obama hay dejado de ser la súper estrella de la política norteamericana para convertirse, según sus propias palabras, en algo así como la Cenicienta-. En realidad, una mayoría de norteamericanos cree hoy que la próxima legislatura será monocolor, pero de sentido contrario a la que arrasó en las elecciones del 2008, pues es casi seguro que los republicanos mantendrán su mayoría en la Cámara de Representantes, es muy probable que ganen suficientes escaños como para desbancar a los demócratas en el Senado y la Casa Blanca parecería una fruta madura… si tuvieran una mano para recogerla. En unos pocos meses hemos visto el ascenso y la caída de sus candidatos, con la excepción de la lenta subida del ex gobernador de Massachussetts, Mitt Romney, que tan sólo se mantiene por falta de un rival más atractivo. El entusiasmo por el gobernador de Tejas, Rick Perry, se convirtió en un capricho fugaz cuando no resultó tan conservador como esperaba el Partido del Té y algo semejante le ocurrió a Michelle Bachman, a pesar de ser ultra conservadora: también bajó con la misma rapidez que había subido. En el caso de Perry, sus problemas aparecieron cuando expresó posturas moderadas ante la inmigración ilegal y aumentaron aún más cuando se supo que su familia iba a cazar a un coto llamado 'niggerhead', una palabra insultante racialmente ofensiva. Da igual que ese nombre estuviera pintado sobre una enorme piedra mucho antes y que ahora esté más o menos tapado con pintura blanca, en los hábitos políticos de transmitir información por twitts, todo sirve de munición para sus rivales. El partido volvió sus ojos hacia el gobernador de Nueva Jersey, Christopher Christie, un hombre que hace pocos meses declaró "no estoy a punto para ser presidente" y al que ahora imploraban literalmente que se lo piense, en bien del país y de las futuras generaciones. Un canto de sirena difícil de resistir, pero Christie hizo balance de las enormes dificultades que tendría si entrara en el ruedo presidencia y la escasa fidelidad de que han hecho gala los republicanos y decidió seguir gobernando el estado de Nueva Jersey. ¿Sus problemas? Tener una posición moderada ante la inmigración ilegal… y el perímetro de su cintura: con más de 150 Kgs de peso, se parece mucho al ejército de obesos que puebla el país, y sus rivales pueden acusarle de ser un mal ejemplo para una sociedad obligada a reducir gastos médicos a base de prevención. Aquí Christie tuvo un momento de sinceridad, cuando dijo "estoy gordo porque como demasiado", algo evidente pero una afirmación peligrosa: unos dirán que no sabe contenerse y otros que ofende a sus hermanos de obesidad porque les echa la culpa de su gordura. Esto de rehuir responsabilidades es un mal muy extendido ahora en Estados Unidos y los políticos deben cuidarse mucho de buscar remedio allí donde está el mal, pues corren el riesgo de ofender a sus compatriotas. Es peligroso buscar las responsabilidades en el individuo porque le acusan a uno de 'insensibilidad': ya sea el caso de malos estudiantes, obesos o fumadores; la culpa no es del niño que no estudia, la persona que come demasiado o tiene el vicio del tabaco, sino de la escuela, de algún desorden fisiológico que produce un apetito incontrolable, o de la publicidad de empresas tabacaleras desaprensivas. Esta mentalidad ha abierto las puertas a un candidato que parecía improbable hace tan solo una semana: el empresario negro Herman Cain, que hasta ahora ha obtenido poco beneficio de la buena impresión causada en diversos debates: "me gusta, pero no tiene posibilidades", acostumbran a decir los espectadores, como si el color de la piel fuera más obstáculo en Cain que en Obama, o como si haber presidido una cadena de pizzerías lo convirtiera en un mozo de reparto de pizzas. Cain, que propone una revolución fiscal de 9-9-9 (9% de impuesto personal, 9% empresarial y 9% de IVA) a cambio de eliminar todas las deducciones, tiene un lenguaje claro y pintoresco, fruto de dos décadas de actividad política y del entrenamiento ganado al moderar durante años un programa radiofónico. Su capacidad de simplificar las cosas deleita al público, como el ejemplo del último debate en resumió así la nueva propuesta de Obama para fomentar empleo: "El costo es de 400 mil millones de dólares y es como el programa anterior de 800.000 millones, que dio un resultado cero. Pues ahora tenemos 0 dividido por 2, que es igual a cero". Para Romney, que va delante en las encuestas republicanas, Cain representa un verdadero peligro y, sobre todo, una realidad decepcionante: el apoyo a Romney es resultado de no tener nada mejor, pero se desvanece ante cualquier personalidad atractiva. En estos momentos, el atractivo lo tiene Cain, pero está por ver si podrá mantenerlo o se desvanecerá como sucedió con los demás candidatos.