Las ideas nuevas de Rajoy

Parece que Mariano Rajoy ha decidido abandonar la vía monotemática (“actas, actas”) y se ha lanzado a lo que parece una forma de hacer oposición mucho más rentable, que es la de presentar propuestas concretas que puedan ser debatidas por los ciudadanos. Y, sobre todo, que ilusionen de manera constructiva al elector. Y sin duda hay que elogiar la capacidad de reacción del presidente del Partido Popular, que parece haber asumido que la estrategia seguida en el debate del estado de la nación, consistente en tratar de machacar exclusivamente sobre las negociaciones con ETA, le hizo perder a los puntos frente a un Zapatero que sacaba conejos nuevos de la chistera.

Cierto que la chistera del gobernante siempre resulta más productiva que de la quien está en la oposición, porque quien ostenta el poder ejecutivo tiene el ‘Boletín Oficial del Estado’ y la aplicación de los Presupuestos a su favor: por eso, el presidente del Gobierno se puede dar el lujo, aunque ello enfade a su ministro de Economía y Hacienda, de sorprendernos a todos ofertando dos mil quinientos euros por cada hijo nuevo, que es algo que, en quien no tiene el poder, sonaría a oferta demagógica y de difícil cumplimiento.

Pero quien está en la oposición tiene una capacidad de la que, hasta cierto punto, carece quien está en el poder: lanzar propuestas imaginativas, prometer ir más allá cuando cambien las tornas, colocar en difícil situación al gobernante con iniciativas de consenso que quien gobierna no pueda rechazar. Es el caso de la reforma de la normativa electoral. O del programa de bajada de impuestos. Que son las dos prioridades marcadas para este fin de curso –y se supone que para el próximo-- por el Rajoy posterior al “actas, actas”.

Sobre la bajada de impuestos hay poco que decir. Parece que la situación económica española de superávit permite en estos momentos ciertas alegrías que, incomprensiblemente, no se han ejercitado antes: por ejemplo, el cheque-bebé aprobado este viernes por el Consejo de Ministros o una sustancial reforma de los tipos impositivos, que bien podría, por cierto, complementarse con una más eficaz vigilancia del fraude fiscal.

La reforma de la normativa electoral está menos diseñada por el partido de oposición que la anteriormente citada.  En un acto conjunto con el presidente del PP gallego Alberto Nuñez Feijoo, Mariano Rajoy insistió en que los cambios en la legislación que regula las elecciones en España van a constituir uno de los puntos centrales en la precampaña electoral que se abre, de hecho, ya este otoño. Parece que esta iniciativa debería ser objeto de un consenso con los socialistas, dado que los ‘arreglos’ poselectorales tras los resultados del 27 de mayo constituyen un auténtico escándalo político: en una mayoría de ayuntamientos y en tres comunidades autónomas (además, desde luego, de lo que ya ocurrió en Cataluña y en Galicia), quien ejercerá el poder no es el más votado, sino el resultado de pactos, a veces entre muy extraños compañeros de cama, pero todos con menos votos que el ganador, que no gobernador.

Y es que las pasadas deberían ser las últimas elecciones municipales y autonómicas celebradas bajo esta legislación, dado que reformarla es relativamente sencillo, porque ni siquiera significa introducir cambios en la Constitución. Pero sería conveniente ir más allá, y consagrar el mismo principio para las elecciones generales -aunque haya que tocar la Constitución- y, desde luego desbloquear cuanto antes las listas o candidaturas, de manera que sea el elector, y no los ‘aparatos’ de los partidos, seleccionando a los más dóciles u ortodoxos, quien decida el nombre de quien gobierna a los ciudadanos.

Lo deseable sería, como digo, que estos cambios en un sistema electoral que ya se ha convertido en inconveniente, y hasta nocivo para la idea de una democracia mejor, se aborden cuanto antes. Y por todos los partidos. Bienvenida sea, pues, la iniciativa del ‘nuevo’ Rajoy. Ahora, esperamos más datos, más detalles, concreciones acerca de cómo debería hacerse. A trabajar, pues.