El criminal (casi) siempre gana

Cada dos días, el Grupo de Localización de Fugitivos de nuestra policía detiene a algún criminal internacional prófugo de la justicia. Este mismo mes, por ejemplo, capturó en Orihuela al presunto autor de dos asesinatos múltiples en Estonia hace siete años.

Parece todo un récord del que estar orgulloso. Sin embargo, sólo en nuestra costa mediterránea se ocultan con absoluta impunidad cientos, cuando no miles, de delincuentes foráneos. Uno de ellos era Urs Von Aesch, el suizo vecino de Benimantell, sospechoso de la desaparición de la pequeña Ylenia Lenhard y que se suicidó el mes pasado. Lo perturbador es que el presunto pederasta ya estaba reclamado por la desaparición de otros cinco niños entre 1981 y 1986.

Por eso, no hay razones para el optimismo en el caso de la niña Madeleine McCann, desvanecida en el Algarbe. Diez años después aún no se ha detenido tampoco al asesino de la niña-modelo norteamericana Jo-Benet Ramsey, violada y cruelmente asesinada en su domicilio con sólo 6 años. Del escrutinio policial no se salvaron ni sus propios padres. Ahora, la autoinculpación desde Tailandia del pedófilo John Mark Karr parece más un acto exhibicionista que una confesión auténtica.

En ésas estamos: en una competición entre policías y delincuentes en la que estos últimos llevan una inquietante ventaja. Para ser precisos, entre los delitos que no se llegan a conocer, aquellos otros cuya autoría no se esclarece y, finalmente, los que no obtienen una sanción penal, la mayor parte de los crímenes queda sin castigo.

A veces, incluso, una policía impotente e incompetente hace trampas para que las estadísticas no sean tan sombrías. Hace diez años, cuando yo vivía en Nueva York, se descubrió que los analistas del FBI alteraron y omitieron muchas pruebas de laboratorio para poder acusar a alguien. De hecho, cientos y cientos de investigaciones resultaron adulteradas.

Así, claro, se explica que desde la reinstauración de la pena de muerte en EEUU 124 condenados a ella hayan podido demostrar su inocencia después de firmada la sentencia.

Pero no es sólo en los grandes delitos donde se comprueban las limitaciones del sistema. En algo aparentemente tan simple como los incendios forestales, Greenpeace acaba de denunciar que sólo se detiene al 1 por ciento de sus autores. Apabullante.

Tenemos, pues, que hacer todos una autocrítica, y más que nadie esas series televisivas, desde C.S.I. a Sin rastro, en las que una infalible policía lo descubre todo. Qué más quisiéramos.