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Contra los referendos

viernes 31 de agosto de 2007, 10:11h

Cada equis tiempo, el lehendakari Juan José Ibarretxe recuerda su proyecto de un referéndum para el País Vasco que lo alejaría del resto de España.

Y es que los referendos se han convertido muchas veces en una coartada o una amenaza, según quien los esgrima. La prueba de su escasa legitimidad democrática es que los dictadores hicieron uso frecuente de ellos: hasta Franco, que justificó así algunas leyes de su régimen político.

Lo perverso de estas consultas populares es que las aplican quienes pueden hacerlo, con las condiciones en que ellos quieren y sólo para lo que les conviene. Sin reversibilidad posible, además. ¿Se imaginan, pongo por caso, un referéndum que decidiese la independencia de Euskadi? A partir de entonces no se autorizarían ya más votaciones que permitiesen por mayoría su reincorporación a España.

Todo esto viene a cuento de la moda de referendos que se ha iniciado tímidamente este verano. En Les Coves de Vinromà, por ejemplo, los vecinos han votado a favor de un circuito de Fórmula 1. No es una propuesta nada ominosa, claro. Si ya lo tienen Cheste y Montmeló, con los ingresos que les reporta, ¿por qué no conseguirlo en ese otro pueblecito valenciano?

Menos inocua ha sido la consulta en la localidad granadina de Los Villares. La instalación de una antena de telefonía móvil ha sido rechazada por un voto. Si el hábito de los referendos prospera, me temo que no habrá lugar alguno donde ubicar vertederos de basura, cárceles, centrales de energía y hasta residencias para toxicómanos. Todos queremos que existan, por supuesto, pero no en nuestro pueblo, sino en otra parte. Es decir, en ningún sitio.

Hay defensores a ultranza de este tipo de consultas como manifestación genuina de la democracia directa. Su reaparición suele coincidir con el descrédito de la democracia representativa, algo que empiezan a poner de manifiesto hoy día las encuestas. La aparición de movimientos como el de Ciutadans, primero, y ahora Basta Ya, con Fernando Savater y Rosa Díez, es todo un síntoma. Pero cualquier alternativa al sistema de partidos, por mal que funcionen, es peor que el actual partidismo imperfecto.   

Si se empezase a gobernar a golpe de consultas sobre cualquier tema, no sólo se trocearía nuestra geografía en imposibles reinos de taifa, sino que acabaríamos por repudiar desde el ejército a los impuestos. Y eso, me temo muy mucho, no sería el triunfo de la democracia, sino la eclosión definitiva de la anarquía.       

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