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Manos a la obra

Manos a la obra

viernes 14 de septiembre de 2007, 04:23h

El efecto de la decisión anunciada por Silvia Lazarte y la directiva de la Asamblea Constituyente (AC) de no acatar el fallo judicial que obliga a dejar sin efecto la resolución del pleno de la AC, que suspende la discusión del tema de la “capitalía” en su seno, tendrá gravísimas consecuencias. La legalidad, el sentido, el rol del Poder Judicial en Bolivia han sido cuestionados, más allá de los caprichos y pataletas del Presidente o sus seguidores cercanos, de enjuiciar y denostar las leyes y las instituciones, el desacato flagrante y anunciado pondrá por el suelo y terminará destruyendo lo que queda de la débil institucionalidad estatal.

Si ella ciudadana desacata el fallo expresamente y cuestiona las decisiones de la institución “Tribunal Superior de Justicia”, si el ciudadano Presidente dice cada vez que quiere que las leyes son un estorbo para su mandato y acusa y enjuicia a los jueces que se atreven a contradecir en nombre de la ley sus decisiones; entonces yo o usted ciudadanos, siguiendo este singular ejemplo, podremos cuestionar las decisiones de la institución “Asamblea Constituyente” y declarar de antemano que las nuevas leyes no nos gustan, no satisfacen nuestras expectativas y que por lo tanto las desconocemos desde ahora. De la crisis de Estado a la anómia social, sólo falta que haga crisis el sistema económico y estaremos perdidos.

Si el sistema institucional está cuestionado, si la política no cuenta con un sistema para su funcionamiento, si las instituciones de la sociedad civil (por fín está bien utilizado el famoso término) han perdido la posibilidad de vincularse a las decisiones estatales y menos convocar la representación social (los grupos con intereses particulares no pueden representar al interés general), entonces que queda? En otras palabras, si la solución del problema ya no pasa por el Gobierno, el Congreso Nacional, la Asamblea Constituyente, las Cortes de Justicia, los partidos políticos, ni los mentados movimientos sociales, entonces ¿quién podrá ayudarnos?

La respuesta es obvia, pero para no caer en ella, porque los demócratas no podemos caer en pensar siquiera en la posibilidad de aventuras más bien obscuras, habrá que imaginar otras soluciones. Lo que se me ocurre es construir un espacio de unidad por encima de la crisis política actual, desde donde se le plantee a la nación (suponiendo una única nación, así sea por última vez) y se la convoque, y se la organice, y se la impulse hacia adelante, alrededor de consenso mínimo construido entre todos (existen mecanismos tecnológicos que posibilitarían un hecho semejante), no alrededor de trescientos artículos inabordables para todos, sino de cinco o seis principios, elementales, comprensibles, atrayentes, inclusivos, igualitarios y democráticos.

Lo que está claro, pero clarísimo, es que el proyecto de poder étnico, indígena, campesino y pre-democrático, no podrá imponerse, porque medio país no va a permitirlo; 25 años de democracia continua, han permitido una base ciudadana lo suficientemente sólida como para dar una dura e incansable batalla por la libertad y la democracia. Pero tampoco será posible y también está clarísimo, la victoria del proyecto restaurador que nos retorne al poder espurio de unos pocos privilegiados, sus amigos y sus familiares, como hace tan poco en el pasado inmediato. El nuevo modelo tendrá que conjugar lo que los asambleístas y los nuevos políticos no quieren conjugar, o no se animan: la síntesis democrática entre inclusión, participación, igualdad, institucionalidad e imperio de la ley.

Existe un tercer camino por el que pueden transcurrir el pueblo y su soberanía, para dotar al mercado de aquello que precisamente carece: solidaridad, equidad, redistribución, equilibrio, justicia social; al sistema político lo que aún le falta: eficiencia, representatividad, ciudadanía, participación; a la sociedad, la capacidad de convivir digna y solidariamente, fruto de una urgente reforma de nuestros valores y costumbres predemocráticos; y devolverle al Estado un rol predominante y comprometido con el desarrollo integral en beneficio del pueblo y las mayorías.

Otros temas también son ineludibles si queremos sobrevivir como nación y como sociedad: la corrupción, la mediocridad y la ignorancia, son asuntos que deben ser abordados con franqueza y valentía, dejando de lado hipocresías vanas que nos impiden mirarnos a nosotros mismos y cambiar en consecuencia. Para salir adelante, para igualar a los pueblos que nos aventajan, asimilemos sus ejemplos: educación, educación, educación y más educación.

Y como en política vale más de que se haga que lo que se diga, vamos a ponernos manos a la obra.

 

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