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Enrique Arias Vega

La ventaja de no estudiar

La ventaja de no estudiar

lunes 17 de septiembre de 2007, 07:37h
Me refiero a los líos que nos ahorramos hoy día aquellos a los que, por peinar canas, ya no nos toca estudiar.

Uno no sabría por dónde empezar: si adquirir la MP3 o la Play Station con las que ir a clase o pasarse el día enviando SMS desde su pupitre. Eso, en el caso de no practicar el creciente absentismo escolar. Si a uno le diese por estudiar —actitud infrecuente, a lo que se ve—, podría ser objeto de acoso escolar por los nuevos matones que amedrentan hasta a los profesores, de baja bastantes de ellos por la subsiguiente depresión.

En los cursos de primaria, además, uno se ve acarreando todos los días gruesos e inútiles libros, distintos de los que usó su hermano el año anterior, para más inri. En eso no hay dilema, a diferencia del uniforme, ya que la última moda es que compartan aula alumnos uniformados y sin uniformar.

Claro que ese dilema es una futesa frente al de elegir asignaturas del curso siguiente a compaginar con las suspendidas del curso anterior. ¿Se imaginan el guirigay de alumnos de diferente nivel, matriculados de asignaturas distintas, unos pasando con el curso limpio y otros con un montón de materias pendientes? Si el escaqueo se produce ya entre escolares homogéneos, digámoslo así, ¿qué no ocurrirá con la dispersión de asignaturas que cursen? No habrá, me temo, quién le ponga el cascabel a ese gato.

Ya ven que es muy complicado lo de estudiar hoy en día. En mis tiempos resultaba muy sencillo porque no había otra cosa que hacer y porque los planes de estudio no cambiaban de un día para otro, como pasa en la actualidad, en la que duran menos que algunos entrenadores de fútbol.

Así se explica que el nivel académico de la enseñanza secundaria en España hace décadas fuera superior al de otros países, como Francia o el mismo Estados Unidos, por ejemplo. Hoy, en cambio, estamos en los últimos puestos del ranking europeo. Y descendiendo.

No quiero ni pensar en la enseñanza superior, casi con más universidades que bares por la multiplicación indiscriminada de centros sobre las disciplinas más estrambóticas. Uno ya no tiene que salir de casa, claro, para cursar esos estudios, contribuyendo así al cantonalismo social y a la endogamia académica. Pero mejor que no traslade su matrícula, ya que una peregrina concepción de la autonomía universitaria hará que no le valga prácticamente nada de lo estudiado.

Con este panorama, comprenderán que uno esté muy contento de ser mayor y de haber podido estudiar en una época en que aún se podía aprender.

:: Enrique Arias Vega. (España)
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