Roble melojo

La presencia de esta especie en Madrid es bastante frecuente en las zonas de altitud media de la sierra. Destacan los rebollares del valle del Lozoya, Cercedilla y Manzanares el Real.

El roble melojo puede llegar a medir hasta veinte metros, pero no es habitual que alcance tanta altura. Tiene una copa ancha e irregular, que se ramifica desde cerca de la base y la corteza de color parduzco. Las hojas presentan hendiduras profundas a su alrededor, con forma irregular. Éstas están mucho más marcadas que las de otros robles, por lo que sirven de elemento distintivo para el melojo. Las hojas son marcescentes, es decir, son caducas, pero no caen al suelo cuando se secan, sino cuando vuelven a nacer otras nuevas en primavera. Sus flores son poco vistosas.

El rebollo da bellotas como fruto, que sirven de alimento para el ganado, aunque éste suele preferir las de otras especies, como encinas o alcornoques. Las bellotas se pueden confundir con las agallas, unos tejidos vegetales que el roble melojo desarrolla en ramas y hojas como defensa a algunos tipos de avispa que las utilizan para poner larvas. Así, las agallas sirven de alimento y protección a las crías hasta el momento en que las abandonan por unos orificios.

Haciendo honor al refrán que alude a la fuerza de los robles, el rebollo puede llegar a vivir entre 500 y 600 años. Su madera también es fuerte y resistente a la descomposición, por lo que se utiliza en la construcción naval, en las traviesas de ferrocarril o muebles. Además, como es un árbol con facilidad para brotar desde la raíz, es adecuado para su explotación en la obtención de leña de excelente calidad. Asimismo, su corteza contiene taninos, una sustancia que se emplea para curtir pieles.