jueves 04 de octubre de 2007, 14:29h
Se está ultimando un pacto sobre la memoria histórica que deja fuera de juego a media España. Hemos montado un debate sobre el republicanismo, cuando en este país ni hay republicanos ni ha habido una sola experiencia republicana que haya durado y que haya servido para la convivencia. Estamos prestando oídos a cuatro voces que gritan contra la Monarquía democrática y parlamentaria cuando a la Monarquía y al esfuerzo de consenso de muchos españoles -también sobre la Monarquía-, debemos la mayor etapa de estabilidad democrática y social de los últimos siglos. En el País Vasco andan empeñados, también unos pocos, en un proceso que sólo puede traer problemas a todos, divisiones, aún más divisiones, y ninguna ventaja para nadie, ni siquiera para los más radicales.
En Cataluña, donde siguen quemando y anunciando quema de fotos del Rey, en una escenografía absurda que, a lo mejor, acaba convirtiéndose en la mejor campaña de imagen de la Monarquía, se anuncia un examen de catalán para ingresar en la Universidad y se ponen cada vez más trabas oficiales –que no en la calle- a los que hablan o quieren hablar la lengua que nos une. En los medios de comunicación públicos se prescinde de quien habla en castellano y sólo se permite el catalán. Lo que podía valer hace cuarenta años no puede ser, ahora, una frontera excluyente que separa ni un empobrecimiento general de una parte importante de los ciudadanos españoles.
No es de extrañar que mucha gente ande preocupada, hastiada, inquieta porque no estamos hablando, discutiendo, negociando los problemas reales de los ciudadanos, que hay muchos, sino problemas inventados. Es cierto que algunos, que marcan la agenda política, están consiguiendo convertir cosas menores en problemas mayores, pero ya es hora de frenar ese camino hacia ninguna parte. La sociedad civil está cada día más lejos de la sociedad política, de los eslogans de los partidos, de los enfrentamientos absurdos. Hay países, como Italia, donde la sociedad ha dado la espalda a los políticos y es posible que aquí vayamos por el mismo camino, cuando la política es una de las actividades más nobles que un ciudadano puede desarrollar. Unos cuantos políticos, que no todos, buscan sus intereses exclusivos en perjuicio de los intereses colectivos. Decía Gallileo que “existen dos tipos de mentes poéticas: una apta para inventar fábulas y otra dispuesta a creerlas”. Y ya se sabe que la poesía, algunas veces lamentablemente, es un arma cargada de futuro.