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La ONU se mueve

La ONU se mueve

lunes 08 de octubre de 2007, 01:26h

Mientras el Gobierno de Bolivia afirma que la capital “¡de aquí no se mueve!”, su Presidente acaba de pedir que la sede de la ONU se mueva. La organización mundial intergubernamental creada por el idealismo kantiano del presidente Franklin D. Roosevelt (lector aplicado del opúsculo “Sobre la paz perpetua”) se iría con la música a otra parte. Ante la sonrisa escéptica de Churchill y el silencio calculador de Stalin, la ONU nació para que las naciones admitidas en su seno expusieran sus problemas y asumieran sus traumas y complejos como si se tratara de una sesión psicoanalítica en el diván del doctor Freud.

A estas alturas de la historia, sabemos que la ONU fue el tablero donde EEUU y la URSS jugaban su partida de ajedrez, durante la Guerra Fría, pero hoy… Perdida la inocencia, sabemos que lo que se dice y oye en aquel gran teatro de las vanidades no sirve de mucho. Quien corta el bacalao es el Consejo de Seguridad, cuyo veto puede más que los votos de la Asamblea.

Doy por cierta la posibilidad de que el relato El Congreso, de Borges, sea una parodia de la ONU. En él aparece un delegado boliviano cuya única misión es la de señalar “que su patria carece de todo acceso al mar y que esa lamentable carencia debería ser el tema de uno de los primeros debates”. Esta vez ni eso. El tema del mar no se abordó, inexplicablemente.

La Asamblea General de la ONU ha soportado nuestra ingenuidad de nación periférica y casi marginal. En aquel escenario hicimos el ridículo en varias ocasiones. En una de ellas un Presidente habló durante cuatro horas para no decir nada que no supiera el mundo. En otra, una delegada pronunció su discurso en inglés para decir que dominaba el inglés. Y en otra, un embajador fue interrumpido porque sus zalamerías al Secretario General de la organización rebasaron los límites del protocolo y la decencia. Llegó a elogiar hasta el color de la corbata del alto funcionario.

Al pedir el cambio de sede de la ONU, el Presidente coincidió, esta vez y sin pretenderlo, con millones de ciudadanos estadounidenses que opinan que la ONU, ciertamente, debe funcionar en otro

país, pues no se explican por qué deben seguir sosteniendo, con sus impuestos, una organización que se dedica a denostarlos en su propio territorio. Los yanquis son los mayores contribuyentes de la ONU (30 por ciento), mientras Bolivia paga sus cuotas ínfimas “cuando puede”. Muchos republicanos partidarios del presidente Bush deben de estar contentos con la sugerencia del Presidente boliviano.

El escritor y diplomático boliviano Gustavo Adolfo Otero (La Paz, 1896 - Quito, 1958) publicó, en 1954, un libro de memorias titulado Diplomáticos en el Vaticano. En él vaticina el futuro de la entonces novísima Organización de las Naciones Unidas. Otero calcula que, además de una cantidad impresionante de muebles y objetos de escritorio, allí trabajaban 927 traductores, 4.999 técnicos y 4.872 secretarias políglotas. En aquel tiempo, la ONU consumía anualmente 373.852 toneladas de papel en documentos, folletos, libros, cartas e informes que pocos tomaban en serio.

Ante este panorama, la pregunta era: ¿para qué sirve la ONU? Quizá sólo sirva, responde Otero, “para engordar la vanidad de una burocracia incolora, inodora e insípida” y de muchos presidentes que asisten a la Asamblea General a sacarse la foto de familia, a pronunciar discursos que todos oyen, pero nadie escucha… y a pedir el cambio de sede de la ONU.

Si acaso el Gobierno y el Parlamento bolivianos llegaran a ser devueltos a su sede original, es decir, a Sucre, convendría que el Presidente proponga a La Paz como nueva sede de la ONU. Así sabría el mundo lo que es moler agua en tacú. // Madrid, 05.10.2007.

*Escritor y Premio Nacional de Cultura 1999

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