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Back seat driver nightmare

Back seat driver nightmare

viernes 25 de noviembre de 2011, 20:40h
 El valor principal de las democracias suele ser el juego de contrapesos que se pone en marcha tras cada convocatoria electoral. En países con sistemas presidencialistas, como Colombia, hay un juego adicional a tener en cuenta: la especial relación entre presidente en ejercicio y presidentes con mandato antiguo.
              
En general, suele haber roces entre ellos y la mayoría de veces, afortunadamente, las rencillas se dirimen lavando la ropa sucia en casa y casi nunca la bulla suele trascender. En Estados Unidos, por ejemplo, tienen un severo estatuto del ex presidente que detalla y define sus relaciones pero, más allá de la exigencia estatutaria, existe la voluntad clara de no interferir en la labor de quien está "in office".
              
Ahora estamos asistiendo a una pelotera lamentable entre dos presidentes Colombianos con seguimiento y hasta protagonismo personal en las redes sociales. Se trata, claro, de un rifirrafe asimétrico entre el presidente Santos y el presidente Uribe.
              
Resulta asimétrico porque el que está en el cargo tiene muy difícil defenderse directamente sin poner en entredicho la propia institución que, en estos momentos, encarna y debe recurrir a adalides, defensores espurios o altruistas pero todos en labores de tercería.
              
Una de las debilidades de los sistemas suele nacer del irrespeto o la indiferencia de los ciudadanos por sus instituciones y, en mi experiencia de análisis en los sistemas de otros países como España, Italia, Grecia, Estados Unidos o Reino Unido, el desprestigio institucional suele nacer de la oposición en los regímenes parlamentarios y de los ex que difícilmente se resignan a su papel de "jarrones chinos" en feliz expresión del presidente español Felipe González.
              
El jueves 24 de Noviembre tuve el honor y el placer de conversar distendidamente con el presidente Samper y entre las revelaciones que puedo contar me dijo que era muy loable "la labor de institucionalización" que él, como observador privilegiado, estaba viendo en el presidente Santos desde el inicio de su mandato. Es importante destacarlo: la democracia tiene una liturgia civil que es necesario respetar y defender. Esto no significa, obvio es, que se anule la disensión, al contrario, pretendo revalorizarla ya que encuadrada en el marco del respeto a la institución la disensión crece en valor filosófico.
              
En democracia las formas son una parte misma del régimen. Elegimos representantes de acuerdo a unos protocolos  de cierta complejidad que nos permiten sentirnos seguros del sistema mismo. Así, pues, igual de insoportables que pueden llegar a ser las indicaciones que desde el asiento de atrás se dan al que va manejando, los expresidentes deben asumir su condición de tales por más grandes pilotos que hayan sido cuando les tocó manejar.
              
Obviamente, este sindrome del back seat driver es más acusado en quién lleva menos tiempo siendo jarrón chino que en quien ya ha pasado el primer sarampión, pero ello no ha de ser, en absoluto, una justificación para un mal comportamiento.
              
No resulta muy difícil entender que el presidente Uribe esté dos o tres escalones más arriba del enojo, puede que del enfado y que hasta más allá del "cabreo" como se dice en España. Pero el respeto institucional y el compromiso con la propia presidencia que hasta antes de ayer él mismo desempeñó deberían impedírselo y esta reflexión nada tiene que ver con ideologías, partidismos o desempeños. Lo mismo diría si la dicotomía fuera entre el presidente Uribe en Nariño y el presidente Pastrana Arango.
              
La última ha sido una intromisión directa en la política exterior de Colombia. El presidente Santos es quien la decide por mandato constitucional y electoral. Es una prerrogativa política de primera magnitud en cualquier estado que se precie y las intromisiones en ella siempre resultan una coz a los intereses de la nación, a veces en términos económicos, a veces de seguridad nacional y siempre de credibilidad internacional.
              
Mejor haría el presidente Uribe en pedir cita amistosa en el Palacio de Nariño y esperar con paciencia y gallarda humildad a que el presidente Santos le recibiera y allá, en la discreción del despacho, le contara sus cuitas, snif. Claro que a lo mejor al presidente Santos no le apetece o conviene recibirle en estos momentos.
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