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Sobre el hijo tonto o el yerno demasiado espabilado

Sobre el hijo tonto o el yerno demasiado espabilado

martes 13 de diciembre de 2011, 11:30h
Suele suceder con quienes están más acostumbrados al despacho y a las relaciones en la sombra que a comparecer en público. Cuando hablan se nota que ignoran el significado que la gente normal otorga a determinadas expresiones para ellos inocuas. Al nuevo y muy prestigioso abogado del duque de Palma, Mario Pascual Vives, no se le ha ocurrido más que decir que su cliente está "indignado", olvidando quienes son realmente, por derecho propio, los indignados en este país: los más numerosos, aunque bastante callados por el momento, son al menos los cinco millones de parados que están pagando la crisis como nadie; otros, los indignados más activos y vociferantes, los seguidores de Stéphane Hessel, son aquellos que entre otros lemas cantan por calles y plazas aquello de "!Queremos un pisito como el del principito!" El nuevo letrado de Iñaki Urdangarín debiera tener cuidado con el léxico y más conexión con la calle. Tendría que ser consciente que la numerosa familia del Rey  y su acomodada posición está desde hace mucho tiempo en el punto de mira de muchos ciudadanos. Y que nada indigna más al personal, con la que está cayendo, que la corrupción y el abuso de una posición de privilegio, para llenarse los bolsillos. Y en ambas fechorías está presuntamente implicado su cliente.

Aunque si se quiere indignar, no en clave 15M, seguramente debiera sopesar las palabras del Jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, quien  parece haberse lamentado ante los periodistas de la pertenencia a la Familia Real del excelentísimo señor Iñaki Urdangarín -así es el tratamiento oficial- diciendo que es como "cuando alguien tiene un hijo y le puede querer más o menos o parecer más o menos tonto pero no puede dejar de ser hijo". El diplomático experto en moverse en los exclusivos despachos de Zarzuela, acostumbrado a dirigir sus alocuciones a los encorsetados auditorios de las relaciones internacionales tampoco ha encontrado mejores palabras que las que le hacen comparar al marido de la Infanta Cristina, la séptima en la sucesión al Trono, con un hijo pródigo al que se no se quiere o a quien hay que aguantar resignadamente por muy tonto que sea. El máximo ejecutivo de la Casa Real se refería así a esos trapos sucios que se suelen lavar en todas las familia  sin darle más cuartos al pregonero. Pero como no es una familia cualquiera, y el Rey y el Príncipe quedan tocados por tan incómodo pariente se ha decido hacerle luz de gas: al duque se le aparta de los actos oficiales porque su comportamiento "no es ejemplar" y su esposa, la Infanta Cristina, se queda en stand by sin saber muy bien si va a volver a acompañar a la familia en algún besamanos o se la va a dejar sola presidiendo algún acto benéfico. Al parecer ni el Rey lo sabe.

Lo único positivo del escándalo que no ha hecho más que empezar es que el Rey parece decidido a acabar de alguna manera con el oscurantismo y la opacidad con la que ha estado reinando y llevando sus asuntos  durante 36 años. Del Rey y los suyos hemos visto montones de imágenes en colorín, solemnes apariciones oficiales y felices estampas familiares, todos rubios, todos sonrientes, todos posando con estudiada naturalidad. Pero es el único alto funcionario del Estado que no ha rendido cuentas jamás de cómo administra el dinero que los Presupuestos Generales ponen a su disposición todos los años. Mucho menos aún ni imaginarse cuál es sueldo o su patrimonio, en contraste notable con cualquier otra autoridad de la nación que han llenado boletines oficiales declarando sus ingresos y posesiones-presidente del Gobierno, del Congreso o del Senado, presidente de una autonomía, ministro, consejero autonómico, etc-. No hay otro alto cargo en el organigrama del Estado que recabe honores y privilegios para un colectivo tan numero como su familia, reconvertida oficialmente en la primera familia de España porque ostenta o bien la representación del titular de la Corona o bien la representación misma del país cuando presiden actos tanto en España como en el extranjero. Y cotilleos al margen sobre cómo se relacionan entre sí -que eso es cosa suya, aunque guste tanto a la prensa del corazón- es de interés público conocer cuáles son sus normas de comportamiento si es que las tienen. Siempre se dijo que el Rey admitía que sus hijas trabajaran en entidades privadas pero no que participaran o estuvieran  al frente de negocios, precisamente para que no se prevalieran de su rango privilegiado para obtener beneficios que son propios de los empresarios. La Casa Real no debería resultar implicada en ningún negocio. Y parece que por esa razón se llegó a impedir que la infanta Elena estuviera al frente de una consultoría. Si esa filosofía existía ha acabado por quebrarse con el caso Undangarín. Y va a ser difícil saber si todo ha sucedido sin que el Rey Juan Carlos se enterara o precisamente porque hizo la vista gorda.

Lo más seguro es que la Familia Real nada tiene que ver con los negocios de Urdangarín. Tan cierto como que sin pertenecer a esa familia el lateral zurdo del F.C. Barcelona de Balonmano y de la selección nacional y luego esposo de la Infanta Cristina, no hubiera hecho los pingües negocios que ahora van conociéndose. Alguien debió orientar al duque  para que exhibiera y utilizara  su glamour, unido a su graduación en Administración y Dirección de Empresas,  ante políticos y empresarios para quienes toda magnificencia es poca. De repente nos lo encontramos relacionado de una forma u otra con las administraciones de los presidentes de la grandeur, Jaume Matas y Francisco Camps. Hambrientos de celebrities para su mayor gloria y esplendor los dos ex mandatarios imputados por corrupción entraron en tratos y en fotos con arquitectos como Calatrava, deportistas como el campeón olímpico de regatas Pepote Ballester, o el campeón del mundo de automovilismo Fernando Alonso, o poderosos productores de televisión o de grandes espectáculos como José Luis Moreno. ¿Qué mejor que  un duque emparentado con el Rey para añadirlo a la colección? ¿Y qué mejor estrategia empresarial que dejarse querer por personajes tan hambrientos de famoseo de nivel a su alrededor? Hay que respetar la presunción de inocencia de Urdangarín  hasta el final y ojalá que de ser presunta pase a ser real. Pero toda esta historia tiene un lamentable tufillo de atracción fatal. Hay mucha gente que no va a creerse el ejemplo del voluntarioso pero no atinado Rafael Spottorno con lo del hijo tonto. Más bien tiene pinta de un yerno demasiado espabilado.
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