La princesa está triste

Debió ser en el año 81. No detallaré la peripecia pero una mañana topeté con una chica rubia, guapetona y amable. Me disculpé por mi torpeza e intenté ayudarla a levantarse. No pude ni rozarla: cuatro brazos me levantaron a pulso y nos separaron tres metros en un pestañeo. Sorprendido me fijé mejor y vi que la muchacha era SAR la infanta Cristina de Borbón. Me sonrió y desapareció envuelta por los escoltas. Comprenderéis, pues, que con tan cercana y profunda relación con SAR, haya pensado en ella estos días.

¿Cómo encajar que tu marido haya mangoneado y abusado de la confianza de tu familia con tanta banalidad como venalidad? ¿Qué cara pones ante tu padre cuando tu marido pone su legado en peligro y de forma ignominiosamente innecesaria? ¿Qué le dices a tu hermana cuando a lo peor no la apoyaste cuando lo suyo y qué a tu cuñada que lo vio venir y su desconfianza abrió una brecha entre vosotras? ¿Qué a tu propio hermano, tan potencialmente perjudicable y que confió en tu marido solamente porque lo era?

¿Denunciará al heraldo, ya se sabe, periodistas mendaces que no respetan nada? ¿Se convencerá después de la honestidad de su marido y del poder de persuasión de las malas compañías? ¿Dudará cuando lea lo que se publica? ¿Cómo decidir entre el marido y el padre, cómo entre la lealtad y el amor, cómo entre la historia y el folletín? ¿Cuánto dolerá la caída del ignominioso? ¿Dolerá realmente?

Tiene 4 hijos (¿Se habrá apuntado Urdanga a los beneficios sociales por familia numerosa?) Imagino que SAR, por encima de muchas otras consideraciones, es madre. ¿Qué pasará con los niños, cómo cuantificar su sufrimiento en días o en intensidad, qué palabras escoger y bajo qué criterios?
Recordará también los buenos tiempos buenos, "no puede ser, no puede ser, cómo ha de ser", y su letanía durará mil días, el tiempo en recorrer el camino que va del estupor al desengaño, "Pero cómo nos ha hecho esto a mí y a los niños; cómo ha podido ser tan irresponsable, tan insensato, tan...". Tan, sí.

Y ahora, estos días, en estos momentos, en el mientras tanto, ¿de qué hablaran entre ellos? ¿El chico rubio será capaz de confidencias cómplices con su mujer o, por el contrario, cualquier confidencia hará de ella su cómplice y la perjudicará todavía más? ¿Apoyará sin fisuras a su marido y perdonará la afrenta centenaria contra el real honor que ella encarna alícuotamente? ¿Habrá encendido el presunto la mecha que cierre con otro Felipe de Borbón la dinastía que empezó con Felipe de Borbón, ordinal V? ¿Alguno de sus reyes perdonará que su nombre emparentara con uno capaz de limpiar cepillos en las iglesias que hoy representan las ONG's?

¿Creerá que a su marido lo han engañado y que personas de su mayor confianza le han traicionado sin su conocimiento y a expensas de la imagen y buen nombre de la Casa Real? ¿Será capaz de no darse cuenta de que hablamos de un adulto con una posición en la que es difícil que se le engañe? ¿Es mejor callar, tragar, asentir con su milonga? ¿O estallar como solo una señora sabe hacerlo y ponerle las maletas en la fiscalía?

Muchas son las preguntas que me hago intentando pensar como si fuera ella. Y a todas voy contestando con más intuición que tino. A todas menos a una, esa que ninguno somos capaces de contestar, de entender, de explicar, de asumir; esa que a todos nos reconcome un poco porque, en nuestra plebeyez, nos parece que casarse con una infanta tiene que ser como que te toque el gordo todos los años: ¿Pero qué necesidad tenía de ensuciarse así; un chaval joven, olímpico, de la familia real y con un sueldo de un millón de euros por no hacer ná en Washington más que ser decente?

¿Cómo se establece la frontera entre las mentiras de mi cónyuge que sí quiero desvelar, las que intuyo y no me duelen y las que no quiero conocer porque seguro que saben a decepción?

Algunos buscan la felicidad como quien busca un sombrero: lo lleva puesto y no se da cuenta.