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Americanos, llegan a España guapos y sanos

Americanos, llegan a España guapos y sanos

jueves 23 de febrero de 2012, 16:05h
En Las Vegas los casinos son los bajos de hoteles abrumadores a los que te invitan si pierdes mucho. Por las calles hay luces, neones y policía, mucha policía. Las tetas de plástico viajan en descapotable y centenares de sombreros tejanos del tamaño de una paella pa' doce entran y salen de limosinas imposibles.
Hay fuentes con extravagantes chorritos y atractivos luminosos nunca vistos y siempre, sea la hora que sea, riadas de gentes deambulan por avenidas inacabables. Las farolas son llamativas como la esfinge local o la torre Eiffel miniada o el cowboy gigante que nos sonríe desde un rascacielos que deja en pañales los cuatro cíclopes de Madrid, incluido el de la tenebrosa lucecita verde.

Soy jugador retirado, lo confieso. He jugado a casi todo lo que se puede jugar con dinero y matemáticas y no perdí tanto como para llorarlo ahora ni gané tanto como para alardear de ello ni entonces ni ahora. El juego estimula la química cerebral y el placer está en el hecho mismo de apostar, de ser capaz de intuir si después de siete veces seguidas saliendo el 17 conviene cambiar a nueve y caballos rematando la faena con un pleno.

Por mucho tiempo creí que el placer estaba en ganar, pero no. Ganar solo proporciona la justificación de que el dinero y el tiempo han sido recuperados. Es un espejismo tenaz: lo que proporciona el placer auténtico es perder. Sí, por extraño que suene a los legos, lo interesante es el sufrimiento y la adrenalina del momento en que apuestas, en que valoras las probabilidades de que ocurra el doble cero en la ruleta americana o salgan los snake eyes en los dados o que lances tres veces y no salga siete. Y cuando nada de eso ocurre algo fluye por las venas, bombea el corazón y rebota en las sienes tras irrigar el cerebro. El nervio óptico se despabila y uno acaba teniendo visión periférica casi de 360°. El oído se agudiza y el simple roce de las fichas con los dedos en un jugador lejano nos indica si ganó o perdió. Puedo oler el miedo del incauto que vino a redondear el mes y acabó perdiendo el semestre o el aroma de los prestamistas camuflados de mirones. Desafortunadamente, a veces se gana y entonces uno se cree listo, muy listo.
Mr. Adelson sabe lo que hace, conoce las debilidades humanas. Hoy nos pide Marte, Fobos y Deimos y nos hace gastar saliva en la parte más nimia de sus peticiones, que si fumar en el interior -por Dios, si en Las Vegas no se puede casi ni en la calle-, que si menores y ludópatas con acceso libre o que se cambie la legislación laboral. Al final nada de esto se aceptará y los pobres habitantes de este nuevo Villar del Río que es la EsPaña de Promisión 2012 creeremos haber derrotado al yanqui cuando sigamos sin fumar y sin permitir la entrada de menores y ludópatas y sin cambiar la legislación laboral porque con lo de ahora ya será suficiente. Ganamos, diremos.

Entretanto, Mr. Adelson habrá conseguido solo la Luna. Se podrá jugar las 24 horas, y todos los contratados lo serán en precario. Los crupieres entrenarán para que la bolita caiga en un rango de cinco números predeterminados, se legalizarán la usura y placeres que aún no conocemos y gritaremos alborozados "lo que pasa en EuroVegas se queda en EuroVegas".

Sonreiremos porque habremos conseguido la inversión de los tropecientos mil millones pero no sabremos qué "menudencias" se aceptaron, cosas como permitir que los sistemas de ventilación expelan oxígeno en las salas de juego para aumentar la sensación de euforia de los jugadores y que apuesten más y más irreflexivamente. O tener una policía privada con poder de detención y represión armada e, incluso, poder casarnos por el rito Elvis en euro-wedding chappels con valor legal.

Nos venderán la moto como el gran logro del president Mas o de la presidenta Aguirre y se publicarán cifras pasmosas de empleo, inversión y turistas que, además, tendrán mucho de verdad. El mundo seguirá su traslación a 33 kms/seg. y algunos hasta se sentirán felices, sobre todo los que consigan salir en la foto de la primera piedra, inmortalizados para siempre, bien conservados en frigidaire como cantara la inolvidable Lolita Sevilla en Bienvenido, Mr. Marshall.
 
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