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La final de la Copa

La final de la Copa

miércoles 23 de mayo de 2012, 17:06h
Anda la caverna calentando el ambiente de la final de la Copa que habrá de celebrarse el viernes en Madrid entre los dos equipos, Athletic de Bilbao y F.C. Barcelona, que más Copas guardan en sus vitrinas. Como si la presencia en la capital ese día de decenas de miles de vascos y de catalanes, seguidores de ambos clubs, no supusiera un aporte extra de españoles en la ciudad de Madrid, bien que cada uno de ellos con su particular sensibilidad e ideario, la ultraderecha pretende empañar el jubilar suceso resucitando por las calles y los foros el espantable fantasma de su inquietante idea de España, una España patrimonializada por ella, hosca, castrense, excluyente y totalitaria. Y todo por si van a silbar o no van a silbar los espectadores cuando suene la Marcha Real, usada oficialmente en la actualidad como himno de la nación.
   
Decía don Manuel Azaña, presidente que fue de la República Española, que "no hay un ser, España, diferente de la suma de los españoles". A nadie se necesitaría explicar algo tan evidente si no fuera porque la dicha caverna, antaño considerada producto residual del "franquismo sociológico" y hoy de nuevo amenazante y rampante, pretende cruzar, ya ha cruzado, las lindes de la convivencia democrática y aun del sagrado principio de la hospitalidad, acusando y hostigando a las personas que acudan al Manzanares para disfrutar del fútbol y, eventualmente, de la victoria de su equipo. Las declaraciones de Esperanza Aguirre animando a suspender el partido, echar a la gente del estadio y reanudarlo a puerta cerrada según se escuche una pita en las gradas, no es que traspasen la línea de la civilidad a la que debe siempre ceñirse un cargo público, sino que contienen, por ser tan contrarias a la libertad de las personas y a sus derechos civiles, un grado elevadísimo de provocación.
   
Por fortuna, los espectadores del partido del viernes, vascos, madrileños y catalanes de toda ideología, credo y condición, tienen un más refinado sentido de la responsabilidad. Si pitan será, por muy inelegante que pueda ser silbar un himno, porque quieran. Ya no está Franco en el palco, ni las gradas, creo, sembradas de agentes de la Secreta.
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