Se
nos ha ido la pinza. Estamos locos
o a punto de estarlo. No
todo es el dinero, el éxito,
el reconocimiento social o la juerga
permanente. Hay otros
valores que han predominado hasta ahora
y que mejor sería
que no perdiésemos. Nos va en ello la serenidad, el equilibrio, la felicidad...
Hay
quien trabaja, trabaja y trabaja,
pero no por sacar a su familia adelante, sino por mero
afán de ascender cuanto más y
cuanto antes. El problema es que cuando llega
arriba es ya demasiado tarde para
disfrutar porque en el camino, probablemente, ha perdido la familia y los amigos. Un coste muy alto para llegar a aprender
lo que, por otra parte, seguramente ha debido escuchar mil veces: hay
que trabajar para vivir, no vivir para
trabajar.
Otros
sujetos ponen a la familia
como único objetivo de vida, olvidándose en ese empeño del
otro. Si el vecino, el amigo, el
compañero de trabajo o quien sea
se interpone lo más mínimo en la
felicidad de los míos, se van a enterar bien
de quién soy yo. Si hay que pisotear
derechos de terceros, se pisotean; lo importante es mi familia.
Por
último, existe también
un tercer grupo de personas
cuyo único objetivo está en disfrutar. Como sea, con quien sea y
a costa de lo que sea. Total, la vida
son cuatro días, y hay que vivirlos a tope, como si fuera el último. Para
estos no cuentan ni trabajo, ni familia,
ni vecinos y, si me apuran, tampoco
amigos, si no son los de circunstancias, claro. Es decir, en tanto contribuyen
a que yo siga disfrutando.
Tres
formas simplificadas pero reales como la vida misma
que hoy conviven a nuestro lado.
No es difícil poner nombre, cara y ojos a
decenas y decenas de personas con
las que unas veces convivimos y otras
coexistimos muy de cerca. Ambas
tienen en común un rasgo muy de
nuestra época: el egoísmo. Primero yo, después
yo, y en tercer lugar yo.
Apocalipsis
Ciertos
historiadores defienden la
necesidad de que, de tanto en tanto, los
pueblos vayan a la guerra. A su juicio, es la forma natural de equilibrar
la demografía y , además, hacer válido
el viejo aserto de que la selección natural deja
siempre vivo al más fuerte. Una óptica esta, cuando menos discutible, pero con centenares de ejemplos
en todas las épocas y latitudes.
Sin
embargo, no viene mal que, de vez en cuando, la realidad nos sacuda
un revés de tal calibre que nos haga reflexionar acerca de nosotros mismos y lo que nos rodea. Puede ser, como ahora, en
forma de crisis económica o de
catástrofe natural. Una terrible
sacudida que afecta a
buena parte de la sociedad y que, de alguna forma, le hace
replantearse los valores en los que se
asienta.
Es
cierto que al ser humano hay que verlo en la doble perspectiva:
personal y social. Ambas son caras de una
misma realidad y complemento
perfecto de una sola moneda,
la del hombre y la mujer que, durante unas decenas de años,
transitan por este mundo. Saber conciliar ambos aspectos de esa única realidad es el secreto que
tratamos de descubrir a lo largo de toda nuestra
existencia y, para ello, nada mejor que saber
priorizar en cada momento familia, trabajo y
diversión. Tres aspectos primordiales
-y por ese orden- de la
vida humana a los que hay que saber encajar en armónico equilibrio.