miércoles 26 de septiembre de 2012, 19:01h
Las imágenes de la represión policial en los
aledaños del Congreso de los Diputados, que han dado la vuelta al mundo,
son la guinda que faltaba a la deteriorada imagen de España como país
solvente y moderno.
Ancianos respetables con una brecha en la cabeza, porrazos
indiscriminados contra todo lo que se moviera. En suma, sesenta y cuatro
heridos, dieciséis de los cuales requirieron hospitalización, dan idea
de la brutalidad empleada por la policía siguiendo las estrictas órdenes
de la Delegada del Gobierno en Madrid. Es cierto que un grupo de
incontrolados intentó tirar las vallas que cerraban la Carrera de San
Jerónimo, pero había policías suficientes para impedirlo sin necesidad
de perseguir a manifestantes pacíficos por el Paseo del Prado.
La estampa recordaba tanto la de otros tiempos, con los policías
vestidos de gris pero con las mismas porras, que causaba vergüenza. Los
diputados, objeto de la indignación popular, oían desde el pasillo que
separa ambos edificios los disparos de las pelotas de goma, los gritos y
las sirenas. El desprestigio de la política alcanzó el martes su listón
más alto en una campaña de descrédito de las instituciones democráticas
muy peligrosa.
Es cierto y evidente que la ciudadanía tiene la amarga sensación
de que la clase política vive ajena al sufrimiento que la crisis y los
continuos recortes está provocando en los más desfavorecidos. Que,
aferrados a sus prebendas, los diputados no sintonizan con el malestar
general. Por eso las manifestaciones son llamadas de atención a las que
habría que prestar oídos y respetar. La convocatoria, sin duda, fue
desafortunada. La sede de la soberanía popular es inviolable.
Pero la
represión causa sonrojo aunque al ministro del Interior le parezca
proporcionada y ejemplar. Seguramente ningún familiar suyo se encuentra entre los ingresados en centros sanitarios.
Y todo ello, al margen de no medir que las acciones violentas de
la policía lo único que producen es aumentar el número de descontentos e
incrementar la tensión en la calle. Y si no, al tiempo.
Fernández Díaz, al felicitar a la policía, aseguró que había un
grupo de manifestantes extremadamente violento. ¿Y los demás qué?
¿Los
pacíficos también se merecían los palos? En la misma línea la Delegada
del Gobierno, tan de orden y correaje, aplaudiendo el enconamiento con
el que se siguieron sus órdenes.
Posiblemente el responsable de Interior esté teniendo que
demostrar al sector más "duro" de los suyos que no es un blando, que la
libertad condicional del etarra Bolinaga no es un guiño a los
terroristas ni un bajarse los pantalones, que cuando hace falta se
apalea como es debido para bajar los humos a los que no les gustan los
recortes del PP.
Los grupos políticos de la izquierda parlamentaria deberían emitir
un comunicado solidarizándose con las familias de los heridos y abrir
los ojos para ver cómo está el patio.