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Los cambios no son 'el' Cambio

Los cambios no son 'el' Cambio

viernes 12 de octubre de 2012, 10:04h
A veces, un vendaval de afán de introducir cambios se apodera de nuestros representantes. Y, así, preparan aceleradas reformas sobre, por ejemplo, el Código Penal, el aborto, la educación. Reformas que se suman a otras que afectan -y cómo-al bolsillo del ciudadano, a sus costumbres y a su ocio. El viento de los cambios ha galopado sin tasa y sin freno a lo largo de los últimos ocho meses, transformando, por ellos mismos o por circunstancias externas, buena parte del tejido que hasta ahora cubría la piel de toro: a España, en algunas facetas, no la conoce ni la madre que la parió, en desafortunada frase pronunciada algún día por Alfonso Guerra. Y, no obstante, sostengo que quizá algo está cambiando para que, como nuca dijo Lampedusa, todo siga igual.

En mi opinión, nunca este país estuvo más necesitado de Cambio y menos de algunos cambios. La reciente reforma del Código Penal llevada este viernes al Consejo de Ministros por el titular de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, era, pienso -y no soy el único, por lo que escucho y leo-perfectamente innecesaria. Lo mismo que algunos proyectos avanzados, con retórico inconveniente, por otro ministro de cuyas capacidades podría esperarse mucho más, el titular de Educación y Cultura, José Ignacio Wert. Y conste que los cito a modo de mero ejemplo, por ser los últimos que han irrumpido en los titulares de la actualidad.

Saludé con cauto alborozo la llegada del nuevo elenco ministerial, sin tener mayor entusiasmo por las siglas que lo respaldaban, por entender que el tono general de los 'nuevos' que irrumpían al poder hace nueve meses mejoraban bastante la tónica general, la calidad académica, de los que se iban. Hoy, no sé muy bien qué decir. Inmersos en la vorágine de las mudanzas puntuales, pienso que algunos han olvidado que, a veces, la proliferación de cambios va en contra del Cambio, con mayúscula, que es lo que el país necesita.

Tengo la impresión, lector apasionado de encuestas como soy, de que son bastantes los que piden a 'este' Gobierno, que por cierto es la única alternativa que se avizora a 'este' Gobierno, al menos en estos instantes, que proceda al verdadero Cambio. A una reforma mucho más global, que incluya aspectos constitucionales y, desde luego, el mismísimo concepto de la forma de gobernar. Creo que la responsabilidad de Mariano Rajoy y su equipo consiste, ni más ni menos, en pasar a la Historia cambiando nuestro mundo, haciendo a esta España, llena de cosas magníficas y de vicios políticos lamentables, un territorio más grato y habitable para nuestros hijos. Hasta ahora, estamos haciendo exactamente lo contrario: una generación vive entre la desesperanza y el afán por emigrar.

Claro que no se me ocurriría culpar en exclusiva a Mariano Rajoy y a sus ministros, o a sus antecesores, de este mal estado de cosas, aunque sí piense que, a veces, los cambios plasmados en el 'Boletín Oficial del Estado' pueden ser un pretexto para no afrontar el Cambio en el sistema. Un sistema que dé mayor participación a los ciudadanos, que sea más firme con la injusticia, con el desmán, con quienes se aprovechan de los resquicios de las leyes para cabalgar sobre ellas. Permanezco atento, en lo posible, al desarrollo de las tres campañas electorales -dos de ellas, tan delicadas-que gravitan sobre nuestras cabezas. En ninguna de ellas escucho verdaderas soluciones de futuro, planteamientos realmente nuevos. Que no es lo mismo disminuir el número de diputados autonómicos -lo que me parece muy bien, por cierto-o limitarles el sueldo que proceder a una auténtica reforma sobre el estatus de la llamada clase política del país. Y así, en tantos aspectos.

Pero el Cambio es cosa de todos. De la oposición, que tiene que resurgir de sus cenizas. De los nacionalistas, que tienen que aprender a convivir en el Estado, rechazando la tentación de la demasía, de la sal gorda, en la que caen ahora tan continuamente y de lo que se arrepentirán en el futuro inmediato. De las instituciones, que tanto se acomodan a su actual dulce pasar. Y de la sociedad civil, que tiene que despertar de una vez -y creo que, poco a poco, vamos dejando de ser la España invertebrada que denunciara Ortega-.

Dicen que las elecciones son un obligado, y conveniente, paréntesis en la marcha de la locomotora de un país. Puede que el lenguaje apasionado de los mítines acalle el razonamiento sosegado del debate constructivo. Si así es, uno, optimista inveterado casi hasta lo utópico, tendería a confiar en que el próximo 26 de noviembre, con todos los datos de las urnas en la mano, empiece la nueva etapa constructiva que tantos ansiamos y acaben los fragores insustanciales. Que se dejen de monedas de cambio y llegue, con un meditado y consensuado plan de reformas, el Cambio. Con mayúscula, ya digo.

>> Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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