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Unos muertos de hambre

Unos muertos de hambre

jueves 18 de octubre de 2012, 20:33h
Aquellos que llevamos casi medio siglo en el oficio podemos recordar que en tiempos de Franco, las instituciones públicas y privadas ofrecían, tras las habituales y precensuradas ruedas de prensa oficiales, una copa con canapés con el único motivo, decían, de "darle de comer a los periodistas". Y es que entonces a los "plumillas" nos consideraban unos "muertos de hambre" que aprovechábamos cualquier ocasión para poder llenar el estómago ante la escasa remuneración que nos ofrecían las empresas para las que trabajábamos, La Dictadura mostraba un manifiesto desprecio oficial hacia el periodista de calle que solía ocultarse con dádivas y regalos, algún que otro viaje a gastos pagados y, en algunos casos, con sobres cerrados en los que se pagaban "los servicios prestados" con una limosna humillante para quien la recibía y chantajista para quien la daba. Todavía recuerdo que, durante mis prácticas en ABC de Sevilla, era habitual que al término de alguna entrevista con alguien noticiable, el entrevistado me preguntara ¿qué le debo? como si fuese una norma habitual hasta entonces que el periodista cobrara individualmente por hacer su trabajo. Afortunadamente, con la llegada de la democracia el panorama cambió profundamente en la profesión. La aparición de nuevos medios impresos de tinte menos conservador, la disposición de las empresas por renovar sus viejas y obsoletas plantillas con la incorporación de jóvenes licenciados en Ciencias de la Información y, sobre todo, el importante y trascendental papel desempeñado por los medios de comunicación en el difícil proceso de la transición elevó las cotas de consideración social de un trabajo que, hasta entonces, parecía más ligado a profesiones de escaso prestigio. Siempre me acordaré que en aquellos tiempos, los únicos que poblábamos ciertos lugares de ocio nocturno en Sevilla a altas horas de la madrugada éramos los de las tres "pes", es decir, periodistas, putas y policías.

Con la aparición de las radios y televisiones privadas y la inflación de medios escritos provocada por el sarampión democrático, el estatus del periodista comenzó a subir enteros de popularidad y miles de bachilleres eligieron la carrera de Periodismo como trampolín a sus aspiraciones de fama y reconocimiento público. Comenzaron también a funcionar las televisiones autonómicas, los gabinetes de prensa públicos y privados, los acontecimientos internacionales y toda esa pléyade de licenciados en Ciencias de la Información que salían de las universidades españolas encontraba fácilmente un trabajo estable y habitualmente bien remunerado. La última década del pasado siglo fue la edad de oro de una profesión que se ha ido degenerando paulatinamente tanto por la escasa preparación de sus profesionales (no hay pregunta más imbécil que la de "¿estás triste?" que la niña del micrófono de "Sálvame" le suele hacer a la viuda de un famoso recièn fallecido) como, y sobre todo, por degradación sistemática de las empresas de comunicación que no han sabido adaparse a los tiempos y han puesto el beneficio económico y las plusvalías por encima de sus supuestos primitivos intereses de defensa de la pluralidad y la información veraz. Y, como es lógico, quienes han pagado el pato de toda sangría en busca de beneficios empresariales no han sido otras que las redacciones de los medios que han visto como se sucedían los despidos, las jubilaciones anticipadas o los EREs cuando no el cierre sin aviso previo. Una masacre laboral en toda regla para la libertad del ciudadano solo comparable en España al "crak" sufrido por la construcción debido a la burbuja inmobiliaria en el último lustro.

Lo peor es que, pese al desastroso estado de la profesión, cada año, miles de jóvenes salen de las innumerables facultades de Periodismo que pueblan todas las provincias españolas creyendo aún que ésta es la profesión más bonita del mundo y soñando con desarrollar su trabajo en algún importante medio escrito, radiado o televisado. Vano empeño. Si alguno, tras hacer cincuenta costosos masters y cursos, logra un contrato, este apenas si llegará a los mil euros y durará un abrir y cerrar de ojos. La situación es tan alarmante que la Asociación de la Prensa de Sevilla junto a Periodistas Solidarios ha puesto en marcha un Fondo de Emergencia para poder "ayudar a compañeros que se encuentran en situaciones económicas difíciles. Son varios los periodistas que se han acogido ya a esta bolsa para solicitar los bonos que se pueden canjear por productos de primera necesidad en distintas cadenas de alimentación". Cuando uno contempla los sueldos millonarios de las "estrellas" del periodismo o las millonarias indemnizaciones que reciben algunos directivos de los grandes grupos de comunicación, siente vergüenza ajena y un enorme asco por los que han llevado a convertir esta preciosa y sacrificada profesión en uno de los grandes basureros de la España actual. Espero que, como dice el popular dicho español, "a cada cerdo le llegue su San Martín".
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