Entre la belleza agreste de este Parque Natural
castellano-manchego sitúa el escritor (miembro de la generación de la
Transición que se dio a conocer con su Novela de Andrés Choz) su discurso narrativo.
El protagonista, Daniel,
acude allí tras perder a su esposa, Tere. Si bien, según vamos comprobando, no
es ésta la primera vez que la pierde, pero sí la definitiva. Su finalidad es
esparcir las cenizas por estas tierras que tanto amó y en las que tanto se amó
el matrimonio en su juventud y en los que ella quería descansar para siempre,
precisamente a orillas de la laguna y el río al que rebautizaron con el nombre
que da título a la novela.
Está
acompañado por su hijo adolescente, Silvio, que padece síndrome de Down y que
no comprende muy bien el ritual en el que participa pero que porta la urna de
su madre con verdadera adoración y habla con ella como si todavía existiese. Juntos
se internan en un recorrido natural que se convierte también en sentimental y
que obliga a Daniel a volver la vista a tiempos pasados, y a revivir para el
lector los momentos buenos, vividos en estos parajes, pero también otros en los
que, según termina por reconocer, sacó lo peor de sí mismo.
Uno
de los aspectos más chocantes a la hora de empezar a leer esta novela es que
está escrita en segunda persona, una voz narrativa muy poco utilizada en
literatura, aunque con muy buenos resultados, en la que el
protagonista-narrador se dirige a sí mismo desde el inicio de este recorrido en
el que el entorno natural, (un 'locus amoenus' en su estado más esplendoroso)
se convierte en metáfora de una vida. La
pérdida de la madre/esposa no ha sido repentina. En realidad es consecuencia de
un grave accidente de tráfico que tuvo dos años atrás. En el tiempo
transcurrido entre éste y el momento de la narración Daniel ha aprendido a amar
y comprender a su hijo, convertido ahora en compañero de este peculiar viaje.
En
la novela se entremezclan las conversaciones con Silvio con los recuerdos del
pasado, los monólogos en los que el hijo se dirige a la madre con el amor y
sentimiento de arrepentimiento del padre, en una historia intimista y
conmovedora que destaca por el discurso bien trabado de su autor.
El autor
José María Merino (La Coruña, 1941) pasó su infancia en León y su
adolescencia y juventud en Madrid, donde estudió Derecho y trabajó después para
el Ministerio de Educación. A finales de los 80 dirigió el Centro de las Letras
Españolas del Ministerio de Cultura y desde mediados de los noventa se dedica exclusivamente
a la literatura, su gran pasión.
Se dio a conocer como poeta para, como muchos otros de su
generación (Gabriel y Galán, Vázquez Montalbán, Álvaro Pombo, Sánchez-Ostiz o
Raúl Ruiz), dar el salto a la narrativa. De hecho, su primer poemario vería la
luz en 1972 (Sitio de Tarifa) y cuatro años después publicaría Novela de Andrés Choz, considerada la
primera metanovela publicada en la Transición. En ella se observan ya las bases
narrativas del autor y su teoría sobre los mundos imaginarios y la
metaliteratura.
Forma parte de una generación de escritores surgida durante
este periodo histórico que marcarán las pautas para una nueva novela. Otra de sus
más importantes obras es El caldero de
oro (primera de la trilogía Novelas
del mito)una de las mejores
obras que en este periodo histórico, mezcla realidad y fantasía, pero adscrita
también a la novela erótica. Éstas son solo algunas de sus más reconocidas
novelas. Es también prolífico autor de cuentos y relatos como Cuentos del barrio
del Refugio, Días imaginarios y El heredero y de obras infantiles y juveniles y ensayo.
En su carrera literaria ha recibido
numerosos premios entre los que destaca el Premio Nacional de la crítica
concedido en 1986 por su novela La orilla
oscura.