Mariano
Rajoy presume, en círculos privados, de su independencia: a él, dice, no le
dictan la política que tiene que hacer ni el empresariado, ni los sindicatos,
ni la prensa, ni otros partidos, ni las encuestas. Pienso que, si se exceptúan
los 'diktats' de la Unión Europea
en general y de algunos dirigentes europeos en particular, es cierto: Rajoy no
suele admitir presiones y sería injusto sugerir siquiera que intereses
corporativos, de la gran empresa o de la banca -para no citar algún 'fuego
amigo'-- le hayan hecho variar el camino. Lo que ocurre es que el exceso de
independencia puede llevar al aislamiento, y eso puede resultar tan peligroso,
o más, que practicar una política volcada al clientelismo.
Lo
digo porque no parece buena cosa que un ministro de Justicia esté enfrentado a
todo su sector, lo mismo que el de Educación al suyo o el de Industria a una
parte de quienes se integran en su campo de actividad, y que aleguen que lo que
los discrepantes defienden son meros intereses corporativos, apenas privilegios
de casta. Me gusta, sí, el sentido de la independencia de Rajoy y de buena
parte de su equipo, comenzando por la vicepresidenta
Sáenz de Santamaría; pero
me preocupa esa tendencia a gobernar sin consultar a los presumiblemente
afectados por las decisiones que pueda tomar el Ejecutivo. Puede que esta
evidente falta de diálogo esté detrás de muchos comportamientos insatisfechos,
de no pocos desplantes, de bastantes manifestaciones en la calle: gobernar,
contra lo que dijo
Ruiz-Gallardón hace unos días, no consiste en provocar
'dolor' al gobernado.
Afirmó
el Rey en una ocasión, tras entrevistarse con un dirigente de Esquerra
Republicana, que "hablando se entiende la gente"; una frase que fue bastante
criticada por la intolerancia hispana. La verdad, pienso que gobernar es un
ejercicio diario de flexibilidad, de renunciar a lo mejor si es enemigo de lo
bueno, de saber esperar a mejor ocasión para imponer un programa electoral y,
más aún, para imponer las contradicciones al propio programa electoral.
Porque, estamos de acuerdo, un Gobierno ha de ser independiente,
o al menos parecerlo hasta donde sea capaz; pero no puede serlo de la
ciudadanía, de la sociedad civil, que es la que le elige y le paga.
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Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>
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