Quien
suscribe no se encuentra entre quienes lanzan las campanas al vuelo ante
cualquier asomo de 'brote verde' económico, que los hay, pero insuficientes. Ni
tampoco figuro, me temo, en el pelotón de quienes todo lo fían a la acción de
sus gobernantes, a los que luego increpan cuando las cosas salen mal: 'piove,
porco Governo'. Supongo que aún no hay suficientes motivos para ver el
horizonte de color de rosa, diga
Luis de Guindos lo que diga sobre no sé qué
recuperación ya en este mismo año. Pero perdone usted, amable lector, si hoy me
muestro optimista, más a medio plazo que a corto. Tengo varias razones para
abonar cautas esperanzas, que ni por asomo pueden llegar a bordear la euforia,
ya que aún las dificultades para modernizar este país nuestro siguen siendo
muchas, demasiadas.
Sí
le diré a usted, amigo lector, que acaso estamos
a las puertas de un 'pactazo' entre Gobierno y oposición, que supondría -ojala
se concrete-un nuevo concepto de las relaciones laborales, y que nos sacaría,
nos empezaría sacar, del horror de los seis millones de parados, un ejército
que ha de ser una pesadilla para cualquier gobernante y para quien aspire a
serlo. Cambiar la mentalidad actual, que desea, ante todo, convertirse en
funcionario-para-toda-la-vida, trocándola por que la mayoría de los jóvenes
pretenda convertirse en emprendedor, será, sin duda, la revolución más
importante y útil que España podría afrontar en estos momentos. Que la
generación de 2020, que es la que mandará en nuestro país, la que habrá de
afrontar el mantenimiento de la sociedad del bienestar tal y como hoy la
conocemos y disfrutamos -o lo más semejante que se pueda-, adopte plenamente
esta revolución resulta esencial para que España se modernice de una vez y
ocupe el lugar que le corresponde entre los países más avanzados. De veras que
esto ha dejado hace tiempo de ser mera retórica.
No
es el laboral -cuánto, por cierto, tienen que modificar sus planteamientos los
sindicatos, anclados en postulados de imposible cumplimiento-el único 'pacto
político' necesario y deseable, aunque el iniciado este martes es el sendero
que llevará a otras cosas, confiemos. Hay, entre otros, un enorme acuerdo territorial
pendiente, que supongo que podría comenzar a hilvanarse cuando, dentro de unas
horas, el presidente de la
Generalitat catalana, que está lejos de ser un estadista con
visión de un futuro integrado e integrador, se encuentre con el Rey Juan
Carlos, que, por supuesto, sí tiene esta visión en su horizonte. En todo caso,
este encuentro, que no puede quedarse en lo rutinario -sería mala noticia que
así fuese--, ha de marcar el inicio de un camino. Otra oportunidad que no debe
perderse por cegueras y cobardías políticas: si hay que introducir reformas en la Constitución para
embridar y limitar las aspiraciones secesionistas, contentando una parte de las
exigencias nacionalistas, pues hágase para evitar males mayores. Todo antes que
la 'mano dura' que proclaman algunos defensores de la inflexibilidad frente a
los postulados que reclaman una nueva era en las relaciones entre Cataluña y
(el resto de) España. Hay un camino, largo y quizá espinoso, que recorrer.
Será,
presumiblemente,
Felipe VI quien esté pilotando esa generación del cambio
total, del inevitable cambio total que se nos echa encima. El cumpleaños este
miércoles de Don
Felipe de Borbón, añadido a lo ocurrido hace dos días en
Holanda, sigue desatando especulaciones acerca de una hipotética abdicación del
Rey (que el Rey no desea), pero esa es una discusión, en el fondo, de galgos o
podencos; lo esencial, a mi juicio, es que la continuidad esté garantizada y
respaldada por las fuerzas políticas en su totalidad, y que esa continuidad es
la que, paradójicamente, respalda el Cambio con mayúscula. Y esencial es
igualmente que la Corona
siga representando la integridad territorial de la nación. Creo que los
españoles tenemos buenas razones para confiar en la solidez presente y futura
de nuestra máxima institución. Y esa es otra buena noticia.
Einstein, que no era ningún tonto, nos dejó dicho
que solamente de las crisis surgen las oportunidades; de ellas se aprende y en
ellas se buscan soluciones imaginativas, porque el éxito lleva, por el contrario, aparejada la muerte de los
satisfechos. Alguien, en algún momento, deberá entender que de la crisis que
indudablemente afrontamos, de la nueva era que se nos ha echado encima, de esta
segunda transición por la que hemos comenzado a transitar, pueden derivársenos cosas
buenas. Solo falta que no nos empeñemos en repetir la maldición histórica que
nos fuerza, a base de corrupción, ineptitud, egoísmo y pereza, a echarlo todo
por tierra cada vez que tenemos la oportunidad de volar más alto.
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