Llamar al jefe
de los servicios secretos al Parlamento, para que, a puerta cerrada (mera
formalidad), comparezca ante la comisión de secretos oficiales, es todo un símbolo
de muchas cosas: de que el clima de falta de transparencia es insoportable; de que
aquí pasan demasiadas cosas raras; de que la confianza ciudadana -representada,
por una vez, por el Legislativo-en sus instituciones está bajo mínimos. Y,
así, el militar íntegro que ahora ejerce la jefatura de los servicios de
inteligencia, el CNI, general
Félix Sanz Roldán, tendrá que acudir esta semana
a la Cámara Baja para explicar cosas que, en efecto, necesitan una urgente explicación:
si la 'princesa'
Corinna, que se define a sí misma como "amiga
entrañable" del Rey gozaba o no de escolta oficial, entre otras
prebendas; si el etarra Josu Ternera está o no controlado por los espías
españoles; si el CNI tuvo algo que ver con el escandaloso espionaje sin
autorización alguna llevado a cabo por la agencia Método3; qué saben en el
Centro Nacional de Inteligencia sobre cuestiones como las filtraciones de los
correos de
Urdangarín a su ex socio o sobre los 'papeles de
Bárcenas'...
Etcétera.
Que varios
grupos parlamentarios veten la presencia en la comisión de secretos oficiales a
los diputados de Esquerra Republicana de Catalunya y de los miembros de Amaiur
refleja también una candidez notable: por supuesto que mucho de lo que se hable
en la comisión, si no todo, se acabará sabiendo. Y por supuesto que el general
Sanz Roldán no va a contar todo lo que sabe sobre tan sensibles y candentes
temas, que tanto preocupan a los ciudadanos: sería un contrasentido. Quien
tiene que custodiar tantos secretos, en teoría por el bien del Estado, no puede
ir por ahí revelándolos.
Pero, en el otro
lado, el Estado, España, no puede ser un coto cerrado a cualquier
transparencia, un cenagal de cosas misteriosas que ocurren y que manejan apenas
unos cuantos. La historia de 'su alteza serenísima' no puede ser un
capítulo inquietante para los españoles ni un baldón para la Jefatura del
Estado. Lo mismo que el espionaje de políticos a políticos, o a quien sea, no
puede ser algo que se olvide así como así. Ni los manejos de unos cuantos
privilegiados, léase
Diego Torres o Luis Bárcenas, que hacen tambalearse al país,
pueden estar inmersos en una niebla que haga parecer que alguien los protege. España
necesita luz y taquígrafos en torno a cuestiones que no me parece ni que deban ser
explicadas por el jefe de los servicios secretos ni que supongan un peligro
para la estabilidad de la nación.
Aquí hay
demasiadas cosas que no se explican, acaso porque quienes nos representan no
consideran que el contribuyente merezca otra cosa que una persecución oficial para
que recuerde sus deberes de pagano. De nada sirve tanta ley de transparencia si
quienes deben aplicarla no tienen la menor voluntad de hacerlo a conciencia. Y,
así, hemos de pasar por el esperpento de que el hombre a quien pagamos para que
administre los silencios tenga que ir al Parlamento a eso que se hace en sede
parlamentaria: hablar. Hablar de unas vergüenzas que se han convertido en las
vergüenzas de todos nosotros. Qué sonrojo.
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