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Con la que está cayendo

Con la que está cayendo

sábado 30 de marzo de 2013, 09:40h
Como bien decía hace unos días el maestro Antonio Burgos, experto donde los haya en el léxico "tertulianense", la del título es la frase de moda entre los sesudos tertulianos que pueblan todos los días y a todas horas nuestras radios y televisiones. No hay quien no utilice la coletilla de "con la que está cayendo" ya sea para hablar de la crisis, del paro, de la economía, de ETA, de la segregación catalana, de la corrupción política, del tiempo o de la Semana Santa. Da igual. Todos ponen cara de indignados y se preguntan como es posible que, "con la que está cayendo", la sociedad española pueda permitirse escandalosos casos como el de los EREs fraudulentos de la Junta, el de Guerrero y Lanzas, el del Bárcenas, el de Urdangarín, el de los Pujol, el de Pepiño Blanco o el de la moto. Como "con la que está cayendo", el Gobierno sigue empecinado en controlar el déficit público, subir los impuestos y no crear un solo puesto de trabajo. Como, "con la que está cayendo" se siga persiguiendo a la pequeña y mediana empresa, las únicas que en este país crean empleo, y a los autónomos con las continuas subidas del IVA y el cierre del grifo de los créditos. Como "con la que está cayendo", continuamos dando dinero público a las entidades bancarias mientras sus directivos se van de rositas embolsándose indemnizaciones millonarias. Como "con la que está cayendo", los políticos se niegan en redondo a reformar la ley electoral para implantar de una puñetera vez las listas abiertas. Como "con la que está cayendo"  los caraduras de IULV-CA dicen que no romperán el pacto de Gobierno del bipartito hasta que no enchironen a Pepe Griñán, por lo menos. Como "con la que está cayendo", a nuestra clase política no se le cae la cara de vergüenza por los sueldos y las prebendas de que gozan a costa de los ciudadanos. Como, en fin, "con la que está cayendo", los españoles seguimos siendo unos corderitos que aguantamos carros y carretas sin que nadie rechiste. 

En realidad "la que está cayendo", al menos al sur de Despeñaperros, es una manta de agua que no recuerdan los más viejos del lugar y que ha llenado a rebosar pantanos y desbordado ríos como el Guadalquivir o el Genil. Esa sí que está cayendo un día sí y otro también como una especie de gota malaya que hace rebosar el vaso de la paciencia y está dando al traste con miles de empleos temporales que, desde la hostelería al turismo pasando por centenares de pequeños comercios, esperaban que la temporada de Semana Santa les salvara de la ruina de los dos primeros meses del año. En Sevilla, donde resido, solo se ha salvado del temporal el Jueves Santo, y de las decenas de cofradías que esta semana salen a la calle con más de cincuenta mil nazarenos, apenas algo más de una docena ha podido hacer su estación de penitencia a la Catedral hispalense. Hombra, "con la que está cayendo" era algo más que previsible. Dicen que nunca llueve a gusto de todos y debe de ser verdad. Si no que se lo pregunten a Noé. Lo cierto es que esta Andalucía de la pertinaz sequía se ha convertido este invierno en una especie de región tropical o en un Londres cualquiera en el que el cielo entoldado y los continuos y prolongados chaparrones están desquiciando al personal tan poco dado a diluvios de esta naturaleza.

Y como no he podido lanzarme a la calle a ver cofradías, me he limitado a recorrer estos días el centro de Sevilla rodeado de "guiris" con mochila, manadas de japoneses con mascarilla y gorrito y grupos de pensionistas catalanes que por no gastar no gastan ni bromas. Y he podido comprobar la cutrez que rodea a buena parte del sector hostelero al menos en el centro de la ciudad. Resulta incomprensible que buena parte de los bares del casco antiguo, cuya habitual nómina de tapas llena pizarras con menudo, pringá, espinacas con garbanzos, arroz, pavías, bacalao con tomate, sangre encebollá y una larga lista de exquisitas delicatessen locales, se reconviertan en Semana Santa, cuando acuden a la ciudad decenas de miles de turistas de todo el mundo para degustar su gastronomía, en una especie de hamburguesería, en un MacDonalds de pringás en miniatura. Las tapitas dejan de existir para reconvertirse en "montaditos" de sota, caballo y rey, desaparecen las mesas y las sillas, y se sacan a la calle neveras metálicas de la Cruzcampo como si el casco antiguo más grandes y bello de Europa se convirtiese de la noche a la mañana en una cateta feria de pueblo. Ejemplar y deprimente, sobre todo "con la que está cayendo" en el sector. No me extraña que, al final, el único que haga negocio en Semana Santa es el chino de la esquina que se harta de vender litronas. Puestos a consumir cutrerío, mejor es pagar el montadito y la cerveza a precio de chino que al de la Unión Europea de la Merkel. Digo yo.

Total, que nos plantamos en el Domingo de Resurrección sin vender una escoba. Si, además, se cumple el refrán de "en abril, aguas mil", nos espera una Feria pasada por agua. y no hay nada peor que ese albero del campo de Los Remedios convertido en un fangal amarillento y pegajoso que deja los trajes de gitana y los ternos de los feriantes para el tinte ¡Qué hartura, Dios mío, con la que está cayendo!
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