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Elogio al hombre, sin embargo, silencioso

Elogio al hombre, sin embargo, silencioso

jueves 11 de abril de 2013, 14:25h
Hace tiempo que pienso, sin que, desde luego, se me pueda considerar un 'fan' del personaje, que Mariano Rajoy es acaso la mejor persona para desempeñar su actual puesto. Bueno, la mejor y también la peor: es el único. Por lo menos, mantiene el temple frente a los escraches que vienen de todos lados, incluyendo Bruselas y Berlín, y también desde el fuego amigo, que hay que ver algunas de las cosas que se le hacen -y no se hacen-desde el Gobierno y desde su propio partido, que el PSOE ya se ve que está para pocas oposiciones.
 
Me voy a corregir a mí mismo, diciendo que puede -puede-que el presidente del Gobierno y del desgobierno acierte a veces -a veces-- en los desesperantes tiempos que elige: aguardó para aguantar una intervención europea, está esperando para llegar a un pacto para las grandes reformas -ojaló lo haga y las haga-, dilata cualquier remodelación ministerial y se toma con calma eso de considerar que, en realidad, hemos entrado en una segunda transición. No sé si es que deja que los problemas se pudran, a su galaico y galáctico -en cuanto que distante-modo, o si lo que ocurre es que le da pereza afrontar los grandes choques, y, así, vamos tirando con los cambios pequeños.
 
Y conste que no estoy llamando perezoso a Rajoy, viejo tópico que ya hemos visto que está alejado de la realidad; digo, sí, que, pese a sus largas piernas, avanza a pasitos cortos, y no con las botas de siete leguas que en algunas cuestiones serían necesarias. Puede que los árboles, enmarañados, no le dejen ver el bosque de la solución global: el árbol Bárcenas, el árbol UE, el árbol Camps, el árbol Mas, el matorral Urkullu... Menudo lío tiene el inquilino de La Moncloa, que, para colmo, tiene que mirar con aprensión lo que se cuece en la vecina Zarzuela, en la lejana Galicia, en la relativamente remota Andalucía, en la contigua sede de la calle Génova. Problemas por doquier, en fin.
 
Pregunté hace algunos días a Rajoy si, con tantos de esos problemas -y otros que no cito por falta de espacio-a cuestas, podía dormir. "Claro que sí, perfectamente", me respondió. Le creo, a pesar de que yo, o casi cualquier otro, sufriría de insomnio permanente con la milésima parte de los follones que cada día aterrizan en el despacho rajoyano. Por eso, precisamente, le elogio en parte: son muchas las críticas que se le pueden hacer, pero él sigue atado al palo mayor impasible, como si la tormenta no fuese con él y como si estuviese dispuesto a ahogarse junto con su barco sin lanzar ni un solo grito de auxilio. Le admiro por eso, aunque no puedo dejar de afear sus pertinaces y demasiado prolongados silencios, su escaso amor a la comunicación, esa impenetrabilidad casi total que caracteriza su personalidad. Un día, en este oleaje embravecido, puede que se ahogue porque no abre la boca ni para respirar. Y aquí no necesitamos héroes, sino estadistas.


>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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