Siempre he pensado que hay países que no se merecen a sus
gobernantes, y conste que no miro a nadie. O sí, sí miro. Miro, por ejemplo, a
Venezuela, donde puede que alguien como Nicolás Maduro, gobernante atípico
donde los haya y sucesor de un gobernante aún más atípico si cabe, gane
limpiamente unas elecciones en las que se juega mantener en el país una
democracia también atípica o mudarla en algo más 'normal', supongo
que usted, querido lector, me entiende. Por supuesto, reconozco que mis simpatías
van más por el lado de
Henrique Capriles que por el de un Maduro que ha hecho
una campaña electoral francamente sonrojante, y ni siquiera me voy a detener
para regocijarme en sus trinos y salidas de madre. La verdad es que su
contrincante tampoco es que haya protagonizado unos mítines llenos de ideas
precisamente; creo que
Capriles se equivocó al intentar pelear con populismo frente
al extremo populismo de los bolivarianos. Los dados, en todo caso, están
echados y solamente queda por ver de qué lado caen, aunque, personalmente, temo
lo peor.
Me resulta inexplicable que una ciudadanía ya curada de
espanto pueda incidir en más de lo mismo. Pero -y aunque antes dije que
no iba a señalar-ya ve usted lo que ocurre, sin ir más lejos, en la Argentina de
Cristina, o
antes en la de
Kirchner, o antes, peor si cabe, en la de
Isabelita y el
Brujo.
O en la Italia
de
Berlusconi. Y prefiero no hablar, para qué, de la desventurada Rusia de
Putin, que no levanta cabeza desde los zares. Pueblos maduros -con minúscula,
por favor--, hechos a la democracia, con alto nivel de cultura política, votan,
sin embargo, lo que desde el punto de vista de la ética y la estética política,
e incluso para los propios intereses de los ciudadanos, resulta más indeseable.
Siempre pensé que América Latina era un laboratorio político
de primer orden, aunque ya sé que cada país es un mundo y que no se debe
generalizar. Pero, precisamente porque tengo un altísimo concepto del
continente, en pleno despegue, y porque cada día lo tengo más bajo, en cambio,
de los rectores europeos, inmersos en el permanente dislate, me duele que un
señor que todo lo cifra en los gritos, en los llamamientos a un muerto y en la
parasantería pueda estar llamado a gobernar un país como mi querida Venezuela,
que tanto ha sufrido a tantos mandatarios indignos.
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