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Érase una vez un país, por cierto parecido a éste...

Érase una vez un país, por cierto parecido a éste...

sábado 04 de mayo de 2013, 14:23h
Érase una vez un país que parecía querer dejar de serlo. Era tal el desconcierto que ya hasta se aceptaban con resignación las derrotas futbolísticas. También frente a Alemania, naturalmente. Era un país tan desalentado que se tragaba como si fuesen un analgésico las encuestas que decían que un 90 por ciento de sus habitantes desconfiaba mucho o muchísimo de sus principales dirigentes. Una nación encogida de hombros incluso cuando sus máximos expertos, a quienes se pagaba para acertar, metían la pata hasta el corvejón en sus previsiones económicas, cada día, por cierto, más pesimistas al tocar la realidad. Un Estado en descomposición, en el que un tercio de los habitantes del centro quería abolir las autonomías y, en cambio, un tercio de los de alguna región periférica deseaba separarse del todo y para siempre de las restantes tierras de la Patria. Una país con unas instituciones que suspendían, menos los militares y los policías, en los sondeos; con unos partidos políticos carcomidos por dentro y por fuera; con una intelectualidad inane; con una juventud dada a la fuga, con unos sindicatos instalados un siglo atrás, con una patronal sustentada por el 'toma el dinero y corre'.
 
Y, en ese país, del Rey abajo, nadie, incluyendo a la llamada sociedad civil, parecía tomar demasiado en consideración que se había llegado a un fin de ciclo, o al comienzo de otra cosa, en el que había que hacer cosas diferentes. Todos se quejaban de lo mal que iba todo, mientras disfrutaban de un largo puente festivo bombardeado, ay, por las malas noticias. Pero como quien oye llover. Todos miraban hacia un Gobierno inaprensible, lejano en las montañas, y hacia una oposición en estado de disolución o casi, implorando soluciones. Pero los unos y los otros parecían encantados sacudiéndose de lo lindo a base de culparse mutuamente de ser el único responsable de la situación. Los unos y los otros prometían que ellos sí querían pactar, que eran los otros los que no querían. Todo era ruido.
 
Es el caso que en aquel país crecía alarmantemente, a razón de uno por minuto, el número de quienes perdían su empleo y su medio de subsistencia, y ya formaban un enorme ejército de más de seis millones de súbditos, aunque los responsables decían que ya sería menos, que muchos de esos desempleados seguro que tenían un trabajillo clandestino. Y, cuando a esos responsables se les preguntaba por lo mal que iban en las encuestas, decían que peor les iba a los de enfrente, así que ellos estaban encantados. El diálogo estaba cerrado porque los ojos, los oídos, las bocas y las mentes estaban cerrados, superando en mucho el aislamiento de los monos sabios.
 
En este país nadie criticaba a fondo la situación porque los críticos habían dimitido y se acercaban, pobres, a las lumbres que les iban quedando; miraban de reojo a algunos países vecinos y se felicitaban de no estar tan mal como los que peor estaban. Además, los bares estaban llenos, las carreteras, rebosantes de automóviles, los restaurantes medio llenos y los hoteles no del todo vacíos, así que tampoco había tanto por lo que preocuparse. Y, por si usted no lo sabía, aquel país, que fue un gran país y, en bastante medida, lo seguía siendo, había sobrevivido más o menos igual durante siglos, y aquí seguía el Estado de hidalgos, funcionarios, pícaros y labriegos orgullosamente instalado en lo de siempre: ellos hacen lo que les da la gana con la gobernación que les entregamos -siempre por nuestro bien, claro, aunque sin contar con nosotros--y, a cambio, nosotros incumplimos en lo que podemos.
 
Créame, oiga; o alguien cambia el chip colectivo... o esto, lo digo en serio, no va a dar más de sí. Y, por favor, no lo espere todo de, por ejemplo, lo que el miércoles nos vaya a decir, desde el atril, el señor presidente, de quien sus seguidores dicen que todo lo hace bien, sus detractores que todo lo hace mal y los demás, puede que con él mismo a la cabeza, no decimos nada, porque no sabemos muy bien lo que hace. Ni lo que hacemos.

 
>> El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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